martes, 26 de julio de 2011

Final alternativo para Breaking Down

Éste es un texto que envié a un concurso sobre la saga Crepúsculo, de Stephenie Meyer, antes de que saliera el último libro... En algo acerté, aunque no en el quién, jeje. Disfrutadlo!!  


Seguía sin salir de mi asombro a pesar de que hacía ya más de tres años que lo tenía en mis brazos, eso era cierto. ¡Cómo comprendía ahora a Edward cuando me decía lo difícil que era controlar la fuerza! Aún así, cada día que pasaba, cada segundo que lo observaba, mi frío corazón de granito se estremecía de gozo.
¡Quién iba a decirme que sería madre con menos de veinte años! Y quién podría adivinar que tendría un don muy útil, el autocontrol. Había conseguido lo que Carlisle nada mas convertirme… Y tenía una buena razón para hacerlo. Todo por mi hijo Charlie, mi pequeño Charlie. Con su cabello tan negro y su piel cobriza que tanto envidiaba cuando conocí a su padre. Aunque debía reconocer que su olor… Me disgustaba a veces, qué le iba a hacer.
Lo mejor de todo era que a Edward no le importaba quién lo había engendrado. Y yo seguí sin creer que hubiera cedido de esa forma ante mi mejor amigo. Aunque él jamás lo sabría, puesto que se había marchado poco después de aquella noche.
Pero yo era feliz, muy feliz al lado de mi familia, mi hijo y mi amado marido… Para toda la eternidad.

martes, 19 de julio de 2011

Cocinera cocineraaa

Éste es un pequeño relato que hice para un concurso, pero al final no lo presenté. Era un concurso gastronómico de un restaurante de mi ciudad, pero no sabía si encajaba demasiado bien en las bases, así que... Se quedó en el cajón, jeje. ¡Espero que os guste! 
¡Buen provecho! ^ ^


Sonia caminaba arriba y abajo en el saloncito de su pequeño apartamento de alquiler. Cavilaba sobre qué podía hacer para celebrar su sexto aniversario con Marco. Seis años de novios y cada vez le costaba más trabajo sorprenderlo. Por eso precisamente estaba tan preocupada.
No era que fueran mal en su relación, sino todo lo contrario. Estaban con la mudanza a un piso que compartirían y por ello andaban tan liados que apenas tenían tiempo para hacer algo juntos.
Había hablado con los novios de sus amigas, con su padre, con su hermano… ¡Incluso con algún que otro compañero de trabajo para saber qué regalarle! Y hoy era el día especial y seguía sin tener nada.
Suspiró de nuevo y se dejó caer con pesadez sobre el sofá, aunque volvió a levantarse enseguida con un gritito porque se había clavado el mando de la televisión. Ésta se encendió y dio la casualidad de que estaban echando el programa de Carlos Arguiñano, lo que encendió una lucecita en su cabeza que la hizo sonreír ampliamente.
Sin molestarse en apagarla corrió al ordenador-que también estaba encendido-y comenzó a buscar en Internet alguna receta que pudiera servirle. Pronto encontró un plato principal y un postre que le parecieron perfectos. Seguro que Marco se quedaría impresionado.
Se vistió con rapidez y con lo primero que encontró tras apuntar la lista de lo que necesitaría y bajó al supermercado a comprarlo. Tras picar un poco como almuerzo, sacó todo de las bolsas y desparramó el contenido por la encimera. Se puso el delantal y se lavó las manos concienzudamente. Ahora estaba lista para empezar.
Sabía que sería muy complicado llevar a cabo su objetivo, porque no era demasiado buena cocinando que digamos, pero iría tranquila y seguiría los pasos al pie de la letra. Estaba decidida a lograrlo.
-Muy bien-dijo en voz alta para sí misma y para animarse-. Tengo los macarrones, el pollo asado que hizo mi madre ayer, el jamón, los huevos, la crema de leche, el queso rallado, el caldo de pollo de la sopa, la mantequilla, el aceite, la harina, la sal y la pimienta. Todo eso para la comida. Y luego para el postre, el chocolate, el azúcar glas, los huevos que ya están y la leche. Perfecto.  
Puso el primer cazo en el fuego y comenzó a derretir la mantequilla. De momento la cosa marchaba. Luego añadió la harina y el caldo con la sal y la pimienta. Lo dejó hacerse durante diez minutos, en los que controló cada pocos segundos el reloj, mientras en otra cacerola iba cociendo la pasta. Picó la carne y la mezcló con la pasta y la bechamel, las yemas de tres huevos, la crema de leche y el queso. Untó la fuente grande que tenía con mantequilla y lo llenó con todo. Lo cubrió con más salsa y lo metió en el horno.
-Bueno, hasta ahora ha ido sobre ruedas, pero no debo confiarme. Aquí dice que tengo que dejarlo trece minutos para que se gratine, pero como tengo que hacer el postre, bajaré la potencia del horno para que tarde más. Sí, eso haré-dudó un momento-. O tal vez no se puede… ¡Bah! ¡Da igual! Lo intentaré de todos modos y si veo que va mal lo arreglaré enseguida.
Sintiéndose feliz porque le parecía tocar el éxito con los dedos, decidió empezar a preparar el postre.
Ralló el chocolate y lo colocó en un cazo nuevo con la leche y lo derritió al baño María. Con mucho esfuerzo separó las claras de las yemas de los cuatro  huevos y añadió las yemas al chocolate junto con el azúcar glas. Lo removió hasta que consiguió una mezcla homogénea y lo dejó a parte para batir las claras a punto de nieve. No tenía batidora, así que tuvo que hacerlo de forma manual y tardó mucho más de lo esperado. Lo mezcló todo de nuevo cuando creyó que ya era suficiente y lo vertió en unos bonitos moldes.
Justo cuando iba a meterlo en el frigorífico notó el olor a quemado. Asustada, se giró de golpe con un gritito de horror y al precipitarse hacia el horno para salvar la comida resbaló con un poco de agua, cayendo cual larga era.
Y con ella cayó el postre.
-¡No!-lloriqueó, mientras se estiraba para apagar el horno-¡No es justo!
Abrió la puerta del electrodoméstico para ver el estropicio y lo sacó con cuidado, procurando no mirar el chocolate del suelo. Estaba destrozado. Maldecía el estar tan resfriada que la nariz se le había taponado totalmente. ¡Por culpa de eso no se había dado cuenta antes del desastre! Y estaba tan concentrada con las malditas claras al punto de nieve que no había prestado atención.
Dejó la bandeja en la encimera con brusquedad y no se dio cuenta de que la ponía justo encima del paquete de harina. Una nube blanca la envolvió por un instante y la hizo toser. Cuando pudo volver a abrir los ojos se vio blanca desde la raíz del pelo hasta la cintura.
Abatida, se sentó en el suelo mientras las lágrimas corrían por su cara empolvada. Miró la hora y, para su pesar, vio que no le quedaba tiempo para hacer nada más. Debía recogerlo todo si quería preparar aunque fuera algo en el microondas, ducharse y arreglarse… ¡Y Marco estaba a punto de llegar! Iba a ser algo horrible, ya que ni siquiera le había comprado un pequeño regalo.
-No tendría que haberme puesto a cocinar, lo sabía. Siempre acabo mal cuando lo intento. ¡Tenía que ocurrírseme hoy! Si es que…
Llamaron al portero y se levantó a abrir con pesadez. Preguntó quién era, a pesar de que ya lo sabía, y obviamente acertó.
Cuando Marco la vio en la puerta toda manchada de chocolate y harina, llorosa y desanimada, sintió que su propio humor se esfumaba. Había llegado allí silbando entre dientes, y ahora no le apetecía nada de eso.
Aun así, no pudo evitar hacer un pequeño chiste sobre su aspecto.
-¿Qué estabas haciendo, Sonia? ¿Jugar a las geishas?
-No tiene ninguna gracia, Marco-replicó ella con voz seca y temblorosa.
-Lo siento, mi vida, pero ya sabes que no puedo evitarlo. Ahora en serio, ¿qué ha ocurrido?-inquirió, entrando tras ella y cerrando la puerta a su espalda. La siguió hasta la puerta de la cocina y silbó ante el espectáculo.
-Yo… Yo…-comenzó titubeante, y luego no pudo parar de hablar-No sabía que regalarte, le pregunté a todos los chicos que conozco, pero ninguno me dio una idea que realmente me gustara. Tú sabes, un viaje o algo de eso habría estado guay, pero no tengo suficiente dinero para ello. Entonces me caí sobre el mando de la tele, y estaba Arguiñano con su “sano, sano y rico, rico” y sus chistes y pensé: “¿Por qué no cocino algo que seguro le encantará? ¡Así le daré una gran sorpresa!” Pero yo no sé cocinar, ¡aunque tenía que intentarlo porque cada vez me cuesta más sorprenderte! Llevamos tanto tiempo juntos que no sabía… Y podías aburrirte de mí… Y… Y yo no quiero que pase eso. Y…
-Para, Sonia, para-la cortó, cogiéndole el rostro con las manos y acercándose a ella-. Es suficiente. 
-Vas a mancharte y vienes muy guapo-susurró, como una niña pequeña. Su novio rió. Le encantaba cuando se ponía así, cuando ponía morritos.
-No me importa en absoluto-la besó con suavidad y dulzura para calmarla, y cuando sintió que se había relajado se separó de ella. Notaba la nariz y la boca manchada, y supo que así era porque Sonia se rió con ganas.
-Te lo dije.
-Bueno, igual que yo ahora te digo que te metas enseguida a ducharte. ¡Vamos!-la apremió, con una sonrisa en los labios y empujándola hacia el baño.
-Pero tengo que recogerlo todo…
-¡A la ducha!
-¡A sus órdenes, mi coronel!
-Así me gusta, soldado.
Sonia se metió en el baño riendo y Marco pudo escuchar su risa hasta que el grifo se encendió. Entonces se volvió hacia la cocina y se quitó la camiseta con un suspiro. No quería manchársela.
-Bueno-susurró-. Manos a la obra.

Cuando Sonia acabó de arreglarse casi una hora después-se llevó un buen rato quitándose la harina del pelo, que había formado una pasta- se llevó una gran sorpresa al ver a Marco sentado en el sofá con expresión concentrada mientras leía unos folios con atención. Pero lo que más la sorprendió y agradó fue que la cocina estaba perfectamente limpia. No le dio tiempo de agradecérselo cuando él levantó la vista y le dedicó una media sonrisa, pícaro:
-Macarrones Maître d’hotel y mousse de chocolate. ¿En qué estabas pensado? ¿Es que acaso no existen las buenas tortillas de patatas? ¿Le tienes manía al gazpacho, o qué?
-¿Quieres que te repita la perorata de antes?-sonrió ella a su vez. La ducha la había relajado y ahora se sentía con los nervios suficientes como para aceptar que su idea no había salido tan bien como ella esperaba. Lo de antes había sido un ataque histérico injustificado. Pero a veces le daban, qué se le iba a hacer.
-Mejor no-rió él. Dio unos golpecitos en el sofá, a su lado, indicándole que se sentara. Ella lo hizo y se lo quedó mirando a los ojos.
-Bueno, ¿y ahora qué?
-¿Cómo que ahora qué?
-¿Qué vamos a hacer? ¿Salir a cenar por ahí o qué? Te recuerdo que lo mío ha sido un desastre. Te debo, como mínimo, una invitación a tu restaurante preferido.
-No seas boba, ya me he encargado de todo-el portero volvió a sonar y la joven alzó una ceja, inquisitiva.
Marco se levantó y pasó sobre ella, dándole un beso en la coronilla, y fue a abrir. Cuando regresó fue acompañado de una gran pizza tamaño familiar.
-Guau.
-Ya ves. Cuatro quesos. Tu favorita.
-No deberías…-empezó, pero él la silenció con un beso.
-Deja que mime un poco a mi chica, por favor.
-Bueeeeeeno. Vaaaaaale. Si tu lo diiiiices.
Marco rió mientras iba a por las servilletas, unos platos y dos copas.
-¿Y eso?
-Para la primera parte de mi regalo. Un magnífico vino de reserva.
-Ummmm. Me encanta.

Un rato después se encontraban tumbados en el sofá, abrazados y con una copa en la mano. Ya quedaba poco del vino, que habían bebido entre los dos, y nada de la pizza salvo un par de bordes. A pesar del alcohol se sentían perfectamente lúcidos mientras se besaban sin prisas, con amor. Deteniendo el tiempo.
Se separaron para coger aire y Sonia preguntó en voz baja y un poco infantil:
-Oye, ¿y cual era mi otro regalo?
Marco sonrió y se incorporó un poco, arrastrándola con él. Comenzó a buscar algo en el bolsillo trasero de su pantalón, pero no llegaba bien y Sonia se apartó un poco para dejarle más libertad de movimiento. Él sacó la mano cerrada en un puño y se la mostró.
-Aquí está-aseguró. Ella enarcó una ceja, desconfiada, y él uso el pulgar de la misma mano para recorrérsela y que la relajara, volviendo a su expresión inocente de siempre. Entonces abrió la mano y Sonia pudo ver un fino anillo de oro, liso pero sin embargo hermoso. Luchó por mantener la boca cerrada, ya que sentía que se le había descolgado la mandíbula. Tuvo éxito, pero no en ocultar que su corazón había empezado a latir a mil por hora. Sus cuerpos estaban demasiado unidos para eso.
-E-es muy bonito-atinó a decir. Él rió, a sabiendas de lo que le estaba pasando por la cabeza.
-Lo siento mucho si alguna vez has pensado que me aburriría de ti, o que no me sorprendes. Lo haces cada vez que te veo, aunque sea con pequeñas cosas. Y seguro que lo seguirás haciendo hasta que seamos muy, muy viejos.
>Dime, ¿quieres casarte conmigo? 

jueves, 14 de julio de 2011

Un poco de filosofía


Somos lo que soñamos ser, y ese sueño no es tanto una meta como una energía. Cada día es cómo una crisálida, cada día alumbra una metamorfosis. Caemos, nos levantamos, cada día la vida empieza de nuevo. La vida es un acto de resistencia, y de reexistencia. Vivimos, revivimos... Pero todo se sostiene en la memoria. Somos lo que recordamos, la memoria es nuestro hogar nómada. Como las plantas, o las aves emigrantes, los recuerdos tienen la estrategia de la luz. Van hacia delante, a la manera del remero que se desplaza de espaldas para ver mejor. Hay un dolor parecido al del dolor de muelas, a la pérdida física, y es perder algún recuerdo que queremos. Esas fotos imprescindibles en el álbum de la vida. Por eso hay una clase de melancolía que no atrapa, sino que nutre la libertad. Y en esa melancolía, como espuma en las olas, se alzan los sueños.


Ya me hubiera gustado a mí escribir esto, pero no. Está sacado de un episodio de Hospital Central. No recuerdo cual era, tan solo que mi padre lo grabó y que estas palabras se me quedaron grabadas a mí. Un cordial saludo de vuestra humilde escritora. Buenas noches : )

Enferma

-No quiero operarme, Julio-volví a negar.
-¿Pero por qué?-lo sentí desesperado, lo veía en sus ojos. Él no podía entender mi miedo. El miedo a quedarme en esa mesa de operaciones. El miedo a dormir y no despertar. El miedo a permanecer consciente y sentir el dolor, cómo clavaban los bisturíes en mi carne… El miedo a las consecuencias…
¿Pero es que a caso era mejor dejarme morir lentamente, sufriendo como ya sufría, y haciéndoles daño a los que estaban a mi alrededor?
Lo miré a los ojos y sonreí con tristeza. Sus ojos castaños me miraban con dolor. Seguro que los míos, grises como un jirón de nubes, estaban igual. Igual de agotados, de desamparados.
Julio era la única persona a la que había acabado por tolerar a mi lado. La presencia de los demás me resultaba dolorosamente insoportable. Alcé la mano a penas con fuerzas y le acaricié la cara. Cerró los ojos y la acunó con la suya, pegándola más a él y enlazando sus dedos con los míos.
-¿Por qué?-volvió a repetir con un hilo de voz. Se me saltaron las lágrimas. Maldita sea, estaba TAN susceptible últimamente…
-Lo siento-susurré. Dejó caer la cabeza con pesadez y yo conseguí alzarme un poco en las almohadas. Me miró asustado y lo atraje hacia mí para abrazarlo. Sus brazos me rodearon y me estrechó con fuerza, escondiendo la cara en mi pelo. Yo coloqué mi cabeza en su hombro y le rodeé el cuello, acariciándole el pelo al igual que él hacía conmigo.
-No quiero que te vayas, Sandra… No me hagas esto.
-Julio, yo… Tú no lo entenderías. Nadie lo entiende. Os parece una estupidez.
-Estás siendo egoísta-me reprochó con sinceridad.
-Lo siento, pero prefiero morir de este modo.
Se separó de mí para mirarme a la cara y negó con la cabeza, mirándome con horror.
-¡No digas eso!
-Sabes que es así-le respondí con un nudo en la garganta-. Voy a morir… Y ya está.
-¡No!-exclamó, agarrándome la cara con suavidad pero firmeza- No puedes permitir eso, no seas idiota. Ya sé que no soy mayor que tú, pero… Pero somos tan jóvenes. ¡No puedes!
-Julio…
-¡No!-gimió, apretando su frente contra la mía. La sentí fría por la fiebre y me estremecí. Pero era también porque sus dedos recorrían mis mejillas y mi cuello con una suave caricia.
-Lo lamento tanto, Julio… Lo siento muchísimo-respiraba pesadamente y me sentía algo mareada. Entonces, sin que me lo esperara del todo, unió sus labios con los míos. Los presionó contra mi boca dulcemente y los movió. Yo apenas atiné a hacer lo mismo. Era la primera vez que me besaban en mis diecisiete años de vida, y no sabía si lo que sentía era lo propio.
Apenas duró unos pocos segundos y fue muy torpe, pero me gustó. Aunque me sentí mal cuando noté que su corazón latía desbocado y el mío estaba tranquilo… Dentro de lo que cabía, claro.
Cuando se separó me susurró “te quiero”, y yo creí que moriría de culpabilidad. Yo también lo quería, pero no de la misma forma, ni mucho menos. Ahora me daba cuenta que lo que había creído sentir no era cierto. Y dolía más que todo lo que me hacían en el hospital.
Me quedé callada, sintiéndome terriblemente sucia.  Aún más que cuando me negué a operarme y vi la cara de mis padres y de mis amigos. Me solté de su agarre y me dejé caer en las almohadas, vencida por el cansancio y con los ojos cerrados. No quería hablar, tal vez si me quedaba callada se marcharía durante un rato. Pero lo oí acomodarse de nuevo en el sillón y apreté los dientes, furiosa conmigo misma y deseando morirme rápido y de una vez por todas.



Pero volví a despertar y me sentí mucho más pesada que antes. Tanto que no podía ni levantar los párpados. Oía voces, pero tuve que esperar unos segundos para espabilarme y poder ubicarlas.
-No se preocupen. Para cuando su hija despierte, todo habrá acabado y entonces agradecerá seguir viva-les aseguró a mis padres el médico que me trataba.
-No podemos dejar que muera por un capricho. Siempre ha sido egoísta-asintió mi madre con voz ronca, y su afirmación me dolió como una bofetada.
“¿Qué demonios está pasando? ¡¿Qué están haciendo?! ¡No puedo moverme!” Y lo peor de todo era que seguía despierta.
-La anestesia acabará de hacer su efecto en media hora, mejor será que salgan de aquí. Luego vendrá el enfermero para llevarla a quirófano. Síganme.
“¡No! ¡NO!”
Quería chillar, quería retorcerme y apenas pude hacer que un temblor recorriera mis manos como siempre solía pasarme. Estaba aterrada.
-Te quiero, mi vida-susurró mi madre, besándome en la frente. Quise gemir de desesperación cuando una de sus lágrimas me rodó por la mejilla.
La puerta de la habitación se cerró y volví a chillar en mi cabeza. “Esto no me puede estar pasando… Julio… ¡JULIO! ¿Dónde estás? ¡JULIO!”
Sentía mi corazón acelerado a pesar de la anestesia que recorría mis venas y el pitido del electro me dolía en los oídos. Hice acopio de fuerzas y conseguí cerrar la mano derecha. Me sorprendí al notar un tubo entre mis dedos. Tiré y sentí un pinchazo en el brazo izquierdo. Ese no era el suero. De hecho, creo que ni siquiera lo tenía puesto.
Me concentré y tiré con toda la fuerza que tenía. Sentí el desgarrón de la aguja en mi piel y el dolor del esparadrapo al quitarse, junto con la sangre bajando por mi brazo mientras me mojaba el regazo con la anestesia líquida que se escapaba gota a gota.
Me quedé sin aire durante unos eternos segundos y se me saltaron las lágrimas. A los pocos minutos fui capaz de levantarme un poco por el impulso, pero enseguida volví a caer de nuevo, respirando con dificultad.
Me temblaba todo el cuerpo y la cabeza me daba vueltas. El pulso me martilleaba en las sienes y mi corazón seguía latiendo muy rápido. Estaba prácticamente al borde de un ataque de nervios.
Puse una vez más todo mi empeño en conseguir moverme y logré incorporarme con mucho esfuerzo, aunque lo veía todo borroso. Esperé a que se me pasara un poco y giré la cara para mirar por la ventana. Daba a un pequeño patio interior de setos verdes, flores mustias y bancos grises con una sencilla fuente en el centro. Busqué a Julio con la mirada, pero no logré verlo.
-Mierda-susurré con la voz pastosa y ronca. No me oí ni yo misma. Saqué las piernas de la cama con los dientes apretados y puse los pies en el suelo. Esperé un poco a que se estabilizaran y me puse de pie sin saber si aguantaría, por lo que me apoyé en la mesita de noche. Empecé a andar agarrándome a todos lados y con todo el cuerpo desde la cintura para abajo lleno de calambres.
Cuando salí al pasillo me invadió el pánico de nuevo y eché a andar todo lo rápido que pude. Corrí, pero sentía que me caería de bruces en cualquier momento. Llegué al ascensor, pero estaba ocupado y me volví hacia las escaleras. Nadie podía verme o intentarían detenerme. Empujé la puerta de emergencia y me metí en el pequeño rellano, colocándome al borde. Eran largas y empinadas, y yo estaba en un cuarto piso. ¿Cómo iba a hacerlo?
Me agarré fuertemente a la barandilla y bajé un pie. Luego el otro. Respiré hondo al ver que no sería misión imposible y continué bajando lentamente. Un paso tras otro.
Sólo me quedaba un tramo y ya estaba por la mitad cuando me pareció oír voces a mi espalda. Me puse nerviosa de nuevo, gemí y quise ir más rápido, pero tropecé con mis propios pies.

Y me caí.

“Me he roto algo. Seguro que me he roto algo”. Era lo que me repetía sin cesar a mí misma. El golpe se tenía que haber escuchado, seguro. Y aunque había intentado no gritar no lo había podido evitar por la sorpresa al verme catapultada hacia delante. Casi no podía moverme porque el dolor me desgarraba las entrañas y deseaba morirme pronto. La sangre llenó mi boca y quise tragarla, pero era demasiada y la escupí en el suelo al empezar a ahogarme. Tomé una bocanada de aire y volví a dejarme caer, sin fuerzas finalmente.
-¡Sandra!-lo escuché llamarme, pero estaba demasiado atontada como para contestarle. Sus brazos me rodearon, sujetándome con cuidado y limpiándome la cara. Me quejé por el dolor de mi cuerpo y gemí.
-Sácame de aquí, Julio-pude pedirle apenas, tosiendo. Se me iba la vista cada vez más.
-¿Pero dónde voy a llevarte?
-No lo sé…
Colocó mi cabeza, que caía lacia, en su hombro cuando me alzó en brazos y me sujetó con fuerza mientras echaba a andar lo más rápido que le permitía mi peso, que no era demasiado.
El aire me golpeó la cara y el frío me ayudó a despejarme un poco. Temblé y me di cuenta de que debía de estar horrible, como si me hubieran dado una paliza o algo. Y quise reír por lo estúpido de la observación dadas las circunstancias.
Se arrodilló sobre la hierba y me dejó en sus rodillas, sin dejar de sujetarme.
-¿Qué te ha pasado, Sandra? ¿Por qué no estabas en la habitación?
-Querían operarme… Me llevaban a quirófano… Y no me dormía...-lloré, ahogándome en mis propias lágrimas mientras dejaba que me consolara-Te buscaba… Ayúdame…
-Es por tu bien, Sandra. Sabes que lo es-me agarró la cara y nos miramos a los ojos, pero los míos se cerraban.
-¡No puedo! ¡No puedo!-gemí. Si hubiera tenido las energías suficientes me habría dado un ataque de ansiedad. Julio me abrazó con más fuerza.
-Seguro que no pasará nada, Sandra. Seguro que todo saldrá bien y cuando abras los ojos de nuevo estarás curada y yo te estaré esperando.
Sonaba bonito. Por un momento deseé que fuera así, pero en seguida deseché el pensamiento. Pobre Julio, era tan bueno conmigo. ¡Qué poco lo merecía!
Pero todo pensamiento coherente huyó de mi cabeza cuando mi corazón se paró. Boqueé buscando aire y me pitaban los oídos. Por encima de eso oí a Julio gritar mi nombre mientras me desplomaba y mi mente se hundió en la oscuridad.



Agarré con fuerza la mochila que llevaba colgada del hombro y arrastré la maleta a la cinta transportadora. Le di mis papeles a la señorita del mostrador y hablé con ella mientras me frotaba distraídamente el pecho, que me picaba un poco. Me giré hacia el detector de metales, pero noté que alguien me miraba y me volví hacia él justo cuando anunciaban mi vuelo.
Vi a Julio entre la multitud. Su cara estaba triste y corrí hacia él sin poder evitarlo y antes de que me diera cuenta de lo que hacía. Me acogió en sus brazos y me estrechó con su habitual fuerza.
-No te vayas, por favor-me suplicó.
-Lo lamento, Julio. Pero es mi decisión. Lo siento-recordé que le había dicho eso mismo ciento de veces en el hospital, y sonreí un poco ante ello. Me alcé de puntillas y lo besé en los labios una vez más. Ahora sabía que sólo era un hermano para mí, pero esto me lo tomé como un regalo de despedida. Me apretó con fuerza y cuando nos separamos colocó su frente contra la mía.
-Te quiero, Sandra. Siempre te querré.
Acaricié su rostro dulcemente y me separé de él.
-Adiós-me despedí con un nudo en la garganta, y me alejé hacia el detector de metales. Dejé la mochila y crucé el arco antes de recogerla al otro lado. Mientras lo hacía rememoré distraída los acontecimientos ocurridos hacía casi dos años. Me había dado un infarto, aunque consiguieron llegar a tiempo y me salvaron, aprovechando para quitarme el tumor de paso… Afortunadamente antes de que se extendiera demasiado y pude salvarme. A parte de eso me había roto unos cuantos huesos, pero qué más daba en comparación con todo lo demás.
Tras toda la rehabilitación decidí empezar desde cero con mi vida… Sólo con una cicatriz a lo largo de mi pecho como recuerdo.
Julio me llamó y me volví, para verlo junto a la barrera. Me acerqué una vez más y dejé que me cogiera la mano, depositando algo en mi palma abierta.
-Toma, esto es tuyo-lo miré y vi un colgante de plata con la mitad de un corazón. Lo apreté contra mi pecho y le sonreí, agradecida. Él me devolvió el gesto mientras sacaba el suyo de debajo de la camisa para mostrármelo.
Por megafonía dieron el último aviso y me giré, sin volver la vista atrás, para encarar la nueva vida que me esperaba tras la puerta de un avión… Una nueva vida lejos de mi gente, pero siempre teniéndolos presente en mi corazón.             

miércoles, 13 de julio de 2011

Si la vida es un sueño...

Aquí os dejo algo que escribí ya hace bastante tiempo. Unos tres años más o menos. Espero que os guste. ; )



Corrí todo lo que mis piernas me permitieron. Apenas distinguía nada a pesar de que la luna se encontraba alta en el cielo, pero es que los arboles eran demasiado frondosos. Saltaba entre los matorrales, esquivando las ramas bajas de los arboles, aunque no pude evitar hacerme pequeños cortes y raspones en los brazos, las piernas y la cara.
Solo se oían mis fuertes pisadas en el terreno mientras intentaba mantener el equilibrio y mi respiración agitada. No llegaba el suficiente oxigeno a mis pulmones, pero me obligué a seguir corriendo. Tropecé y me precipité rodando por una ladera, golpeándome fuertemente. Gemí de dolor y me retorcí durante unos instantes. Saqué fuerzas de flaqueza y conseguí levantarme. Apenas podía mover el brazo izquierdo y me dolía el pie. Tomé velocidad de nuevo a duras penas y me puse en marcha con más lagrimas en los ojos y que bañaban mis mejillas.
Lloraba y corría. Corría y me ahogaba. Pero no quería parar.

No podía parar.

Las sombras a mi alrededor se despegaron y tomaron la forma de mis más oscuras pesadillas. Aminoré la velocidad y busqué a mi alrededor. Distinguí un hueco y, dando un sprint que resintió mi tobillo, escapé de sus manos como garras por un hueco entre dos árboles. Uno consiguió agarrarme y provocó que volviera a caer, haciéndome aún más daño.
Todavía en el suelo, boca abajo, musité a la negrura frente a mí:
-Si quieres matarme, al menos dame algo para defenderme.
Una espada cayó al suelo frente a mí con un sonido metálico que me erizó la sangre. Me levanté con toda la dignidad de la que fui capaz, ayudándome con la espada. No había luchado nunca antes, al menos no de esa forma, pero decidí imitar a aquel que había visto pelear muchas veces atrás. Me puse en guardia y esperé a que me atacara.
Solté un grito ahogado cuando se abalanzó sobre mí con más velocidad de la que me imaginaba. Gracias a que la pierna herida me falló y volví a besar el suelo evité que me atravesara como una sardina en un espetón malagueño. Eso sí, mi brazo derecho sufrió un corte profundo y la sangre comenzó a manar. Volví a colocarme en posición y el baile mortal se inició de nuevo.
Tras lo que me pareció una eternidad me desarmó. Me puse de rodillas y esperé a que me diera el golpe final. Incluso se lo agradecería. No podía con mis numerosas heridas. Estaba destrozada, no solo físicamente. Eso apenas lo notaba.
Quería poder tener una razón para dar gracias porque aquellos espectros acabaran con mi vida.
Cerré los ojos para morir, pero un crujido me hizo abrirlos de nuevo. Un bulto negro voló por los aires y cayó a mis pies, deshaciéndose.
Un poco más allá estaba mi peor pesadilla... Y mi sueño más anhelado.
Aquel joven salió a mi vista con un arma en su mano que arrojó al suelo. Me levanté tambaleante y con las piernas temblorosas. Retrocedí y él avanzó un paso hacia mí con ojos suplicantes, alzando una mano para alcanzarme.
-N-no...
-Espera, por favor...
-No quiero volver a verte. Nunca mas...
-Lo siento, yo no pretendía...
-Me dejaste sola. Dijiste que me amabas. Y mentiste. No te habrías marchado si de verdad me quisieras-sollocé.
-Y te amo. Te juro que te amo. ¿Qué he de hacer para que me creas?
-No puedo...
Salvó la distancia que nos separaba en un par de pasos y me agarró delicada pero fuertemente por los brazos. Volví la cara y cerré los ojos; me besó en las mejillas, bebiendo mis lagrimas, y luego posó sus labios en los míos, desarmándome por completo y provocando que casi muriera.
-Te prometo... No. Te juro que será la última noche que estarás sola. Siempre te tendré en mis brazos, no te dejare marchar. Seré todo lo que necesites, cuando lo necesites. Para siempre... Sé que mientes al decir que todo irá bien.
-Eso no es posible. Tu estas...


Desperté en ese instante con el corazón en un puño y la cara empapada. Seguí llorando un buen rato en la almohada.
>> Si la vida es un sueño...
>>¿Por qué no puedo despertar para estar en un sitio mejor?<<

martes, 12 de julio de 2011

A veces es muy difícil distinguir entre las cosas buenas y las malas. Pero para eso no podemos usar la Master Card. 

miércoles, 6 de julio de 2011

Creo...

Creo que ya sé el secreto de la mayoría de los problemas que tenemos los seres humanos:
El silencio.
Las mentiras.
El orgullo.

Los malentendidos...



http://www.youtube.com/watch?v=u8zQMc1gDWQ

domingo, 3 de julio de 2011

Ésta es una de esas noches...

Hoy es una de esas noches en las que estás en tu habitación, sentada en la cama, con el ventilador quemándote los ojos y la lamparita encendida. Una de esas noches con la persiana bajada para que no entren los mosquitos o esos famosos “bichitos verdes” que tanto por culo dan cuando no son invitados. Una de esas noches sin límite de hora en la que te muerdes las uñas y te mueres de sueño y de preocupación.
Creo que estaba inspirada. Digo “creo” porque esto es lo primero que escribo. Tengo ganas de escribir, la excitación de mis dedos es frenética al rozar sensualmente las letras del teclado. Un deseo orgiástico de escribir, y digo orgiástico porque esta noche no tengo una pareja en concreto.  Esta noche no me decido por ninguna historia en particular. Tengo tantas en la cabeza, el corazón, la boca y los dedos que no soy capaz de decidirme por una en concreto. He ojeado vagamente un par de archivos, he modificado un par de palabras, pero no hay nada que me satisfaga. Hoy no habrá orgasmo silábico para mí.
Y puestos a no escribir nada en concreto, mejor escribir algo general. Una reflexión sobre nada en concreto, tan solo palabras hilvanadas con más o menos fortuna que alguien leerá si le apetece y relegadas a un blog y al tablón de una red social cualquiera. Patético, ¿no es cierto? ¿Qué ha sido de aquel triste y romántico deseo de cambiar el mundo? Tan solo agoniza en el fondo de la memoria de algún viejo loco… O de alguna nueva lunática que cree que puede llegar a tener algo de talento. Qué cojones, creo que lo tengo. Por una vez me niego a ser modesta. A la mierda los modales. Sí. Me gusta escribir y creo que no lo hago tan mal. Tengo cientos de ideas, millones de ellas, tantas que puedo regalarlas a puñados. Otra cosa es que alguien las quiera. Pero bueno, esa es otra cuestión. El caso es que a mí me importan. Y a quién le duela, que reviente.
¿Algo que me provoca dolor? La destrucción de las palabras. Vivo con el miedo constante a que mi ordenador muera de sobredosis y que me deje vacía y muda. Creo que moriría. Si no físicamente, al menos una gran parte de la poca cordura que me queda y que esto me ayuda a mantener.
Esto son solo ideas. Mariposas que he cazado con mi red rota y pinchado en un corcho barato. Pero bueno, cada uno tiene su precio.