jueves, 14 de julio de 2011

Enferma

-No quiero operarme, Julio-volví a negar.
-¿Pero por qué?-lo sentí desesperado, lo veía en sus ojos. Él no podía entender mi miedo. El miedo a quedarme en esa mesa de operaciones. El miedo a dormir y no despertar. El miedo a permanecer consciente y sentir el dolor, cómo clavaban los bisturíes en mi carne… El miedo a las consecuencias…
¿Pero es que a caso era mejor dejarme morir lentamente, sufriendo como ya sufría, y haciéndoles daño a los que estaban a mi alrededor?
Lo miré a los ojos y sonreí con tristeza. Sus ojos castaños me miraban con dolor. Seguro que los míos, grises como un jirón de nubes, estaban igual. Igual de agotados, de desamparados.
Julio era la única persona a la que había acabado por tolerar a mi lado. La presencia de los demás me resultaba dolorosamente insoportable. Alcé la mano a penas con fuerzas y le acaricié la cara. Cerró los ojos y la acunó con la suya, pegándola más a él y enlazando sus dedos con los míos.
-¿Por qué?-volvió a repetir con un hilo de voz. Se me saltaron las lágrimas. Maldita sea, estaba TAN susceptible últimamente…
-Lo siento-susurré. Dejó caer la cabeza con pesadez y yo conseguí alzarme un poco en las almohadas. Me miró asustado y lo atraje hacia mí para abrazarlo. Sus brazos me rodearon y me estrechó con fuerza, escondiendo la cara en mi pelo. Yo coloqué mi cabeza en su hombro y le rodeé el cuello, acariciándole el pelo al igual que él hacía conmigo.
-No quiero que te vayas, Sandra… No me hagas esto.
-Julio, yo… Tú no lo entenderías. Nadie lo entiende. Os parece una estupidez.
-Estás siendo egoísta-me reprochó con sinceridad.
-Lo siento, pero prefiero morir de este modo.
Se separó de mí para mirarme a la cara y negó con la cabeza, mirándome con horror.
-¡No digas eso!
-Sabes que es así-le respondí con un nudo en la garganta-. Voy a morir… Y ya está.
-¡No!-exclamó, agarrándome la cara con suavidad pero firmeza- No puedes permitir eso, no seas idiota. Ya sé que no soy mayor que tú, pero… Pero somos tan jóvenes. ¡No puedes!
-Julio…
-¡No!-gimió, apretando su frente contra la mía. La sentí fría por la fiebre y me estremecí. Pero era también porque sus dedos recorrían mis mejillas y mi cuello con una suave caricia.
-Lo lamento tanto, Julio… Lo siento muchísimo-respiraba pesadamente y me sentía algo mareada. Entonces, sin que me lo esperara del todo, unió sus labios con los míos. Los presionó contra mi boca dulcemente y los movió. Yo apenas atiné a hacer lo mismo. Era la primera vez que me besaban en mis diecisiete años de vida, y no sabía si lo que sentía era lo propio.
Apenas duró unos pocos segundos y fue muy torpe, pero me gustó. Aunque me sentí mal cuando noté que su corazón latía desbocado y el mío estaba tranquilo… Dentro de lo que cabía, claro.
Cuando se separó me susurró “te quiero”, y yo creí que moriría de culpabilidad. Yo también lo quería, pero no de la misma forma, ni mucho menos. Ahora me daba cuenta que lo que había creído sentir no era cierto. Y dolía más que todo lo que me hacían en el hospital.
Me quedé callada, sintiéndome terriblemente sucia.  Aún más que cuando me negué a operarme y vi la cara de mis padres y de mis amigos. Me solté de su agarre y me dejé caer en las almohadas, vencida por el cansancio y con los ojos cerrados. No quería hablar, tal vez si me quedaba callada se marcharía durante un rato. Pero lo oí acomodarse de nuevo en el sillón y apreté los dientes, furiosa conmigo misma y deseando morirme rápido y de una vez por todas.



Pero volví a despertar y me sentí mucho más pesada que antes. Tanto que no podía ni levantar los párpados. Oía voces, pero tuve que esperar unos segundos para espabilarme y poder ubicarlas.
-No se preocupen. Para cuando su hija despierte, todo habrá acabado y entonces agradecerá seguir viva-les aseguró a mis padres el médico que me trataba.
-No podemos dejar que muera por un capricho. Siempre ha sido egoísta-asintió mi madre con voz ronca, y su afirmación me dolió como una bofetada.
“¿Qué demonios está pasando? ¡¿Qué están haciendo?! ¡No puedo moverme!” Y lo peor de todo era que seguía despierta.
-La anestesia acabará de hacer su efecto en media hora, mejor será que salgan de aquí. Luego vendrá el enfermero para llevarla a quirófano. Síganme.
“¡No! ¡NO!”
Quería chillar, quería retorcerme y apenas pude hacer que un temblor recorriera mis manos como siempre solía pasarme. Estaba aterrada.
-Te quiero, mi vida-susurró mi madre, besándome en la frente. Quise gemir de desesperación cuando una de sus lágrimas me rodó por la mejilla.
La puerta de la habitación se cerró y volví a chillar en mi cabeza. “Esto no me puede estar pasando… Julio… ¡JULIO! ¿Dónde estás? ¡JULIO!”
Sentía mi corazón acelerado a pesar de la anestesia que recorría mis venas y el pitido del electro me dolía en los oídos. Hice acopio de fuerzas y conseguí cerrar la mano derecha. Me sorprendí al notar un tubo entre mis dedos. Tiré y sentí un pinchazo en el brazo izquierdo. Ese no era el suero. De hecho, creo que ni siquiera lo tenía puesto.
Me concentré y tiré con toda la fuerza que tenía. Sentí el desgarrón de la aguja en mi piel y el dolor del esparadrapo al quitarse, junto con la sangre bajando por mi brazo mientras me mojaba el regazo con la anestesia líquida que se escapaba gota a gota.
Me quedé sin aire durante unos eternos segundos y se me saltaron las lágrimas. A los pocos minutos fui capaz de levantarme un poco por el impulso, pero enseguida volví a caer de nuevo, respirando con dificultad.
Me temblaba todo el cuerpo y la cabeza me daba vueltas. El pulso me martilleaba en las sienes y mi corazón seguía latiendo muy rápido. Estaba prácticamente al borde de un ataque de nervios.
Puse una vez más todo mi empeño en conseguir moverme y logré incorporarme con mucho esfuerzo, aunque lo veía todo borroso. Esperé a que se me pasara un poco y giré la cara para mirar por la ventana. Daba a un pequeño patio interior de setos verdes, flores mustias y bancos grises con una sencilla fuente en el centro. Busqué a Julio con la mirada, pero no logré verlo.
-Mierda-susurré con la voz pastosa y ronca. No me oí ni yo misma. Saqué las piernas de la cama con los dientes apretados y puse los pies en el suelo. Esperé un poco a que se estabilizaran y me puse de pie sin saber si aguantaría, por lo que me apoyé en la mesita de noche. Empecé a andar agarrándome a todos lados y con todo el cuerpo desde la cintura para abajo lleno de calambres.
Cuando salí al pasillo me invadió el pánico de nuevo y eché a andar todo lo rápido que pude. Corrí, pero sentía que me caería de bruces en cualquier momento. Llegué al ascensor, pero estaba ocupado y me volví hacia las escaleras. Nadie podía verme o intentarían detenerme. Empujé la puerta de emergencia y me metí en el pequeño rellano, colocándome al borde. Eran largas y empinadas, y yo estaba en un cuarto piso. ¿Cómo iba a hacerlo?
Me agarré fuertemente a la barandilla y bajé un pie. Luego el otro. Respiré hondo al ver que no sería misión imposible y continué bajando lentamente. Un paso tras otro.
Sólo me quedaba un tramo y ya estaba por la mitad cuando me pareció oír voces a mi espalda. Me puse nerviosa de nuevo, gemí y quise ir más rápido, pero tropecé con mis propios pies.

Y me caí.

“Me he roto algo. Seguro que me he roto algo”. Era lo que me repetía sin cesar a mí misma. El golpe se tenía que haber escuchado, seguro. Y aunque había intentado no gritar no lo había podido evitar por la sorpresa al verme catapultada hacia delante. Casi no podía moverme porque el dolor me desgarraba las entrañas y deseaba morirme pronto. La sangre llenó mi boca y quise tragarla, pero era demasiada y la escupí en el suelo al empezar a ahogarme. Tomé una bocanada de aire y volví a dejarme caer, sin fuerzas finalmente.
-¡Sandra!-lo escuché llamarme, pero estaba demasiado atontada como para contestarle. Sus brazos me rodearon, sujetándome con cuidado y limpiándome la cara. Me quejé por el dolor de mi cuerpo y gemí.
-Sácame de aquí, Julio-pude pedirle apenas, tosiendo. Se me iba la vista cada vez más.
-¿Pero dónde voy a llevarte?
-No lo sé…
Colocó mi cabeza, que caía lacia, en su hombro cuando me alzó en brazos y me sujetó con fuerza mientras echaba a andar lo más rápido que le permitía mi peso, que no era demasiado.
El aire me golpeó la cara y el frío me ayudó a despejarme un poco. Temblé y me di cuenta de que debía de estar horrible, como si me hubieran dado una paliza o algo. Y quise reír por lo estúpido de la observación dadas las circunstancias.
Se arrodilló sobre la hierba y me dejó en sus rodillas, sin dejar de sujetarme.
-¿Qué te ha pasado, Sandra? ¿Por qué no estabas en la habitación?
-Querían operarme… Me llevaban a quirófano… Y no me dormía...-lloré, ahogándome en mis propias lágrimas mientras dejaba que me consolara-Te buscaba… Ayúdame…
-Es por tu bien, Sandra. Sabes que lo es-me agarró la cara y nos miramos a los ojos, pero los míos se cerraban.
-¡No puedo! ¡No puedo!-gemí. Si hubiera tenido las energías suficientes me habría dado un ataque de ansiedad. Julio me abrazó con más fuerza.
-Seguro que no pasará nada, Sandra. Seguro que todo saldrá bien y cuando abras los ojos de nuevo estarás curada y yo te estaré esperando.
Sonaba bonito. Por un momento deseé que fuera así, pero en seguida deseché el pensamiento. Pobre Julio, era tan bueno conmigo. ¡Qué poco lo merecía!
Pero todo pensamiento coherente huyó de mi cabeza cuando mi corazón se paró. Boqueé buscando aire y me pitaban los oídos. Por encima de eso oí a Julio gritar mi nombre mientras me desplomaba y mi mente se hundió en la oscuridad.



Agarré con fuerza la mochila que llevaba colgada del hombro y arrastré la maleta a la cinta transportadora. Le di mis papeles a la señorita del mostrador y hablé con ella mientras me frotaba distraídamente el pecho, que me picaba un poco. Me giré hacia el detector de metales, pero noté que alguien me miraba y me volví hacia él justo cuando anunciaban mi vuelo.
Vi a Julio entre la multitud. Su cara estaba triste y corrí hacia él sin poder evitarlo y antes de que me diera cuenta de lo que hacía. Me acogió en sus brazos y me estrechó con su habitual fuerza.
-No te vayas, por favor-me suplicó.
-Lo lamento, Julio. Pero es mi decisión. Lo siento-recordé que le había dicho eso mismo ciento de veces en el hospital, y sonreí un poco ante ello. Me alcé de puntillas y lo besé en los labios una vez más. Ahora sabía que sólo era un hermano para mí, pero esto me lo tomé como un regalo de despedida. Me apretó con fuerza y cuando nos separamos colocó su frente contra la mía.
-Te quiero, Sandra. Siempre te querré.
Acaricié su rostro dulcemente y me separé de él.
-Adiós-me despedí con un nudo en la garganta, y me alejé hacia el detector de metales. Dejé la mochila y crucé el arco antes de recogerla al otro lado. Mientras lo hacía rememoré distraída los acontecimientos ocurridos hacía casi dos años. Me había dado un infarto, aunque consiguieron llegar a tiempo y me salvaron, aprovechando para quitarme el tumor de paso… Afortunadamente antes de que se extendiera demasiado y pude salvarme. A parte de eso me había roto unos cuantos huesos, pero qué más daba en comparación con todo lo demás.
Tras toda la rehabilitación decidí empezar desde cero con mi vida… Sólo con una cicatriz a lo largo de mi pecho como recuerdo.
Julio me llamó y me volví, para verlo junto a la barrera. Me acerqué una vez más y dejé que me cogiera la mano, depositando algo en mi palma abierta.
-Toma, esto es tuyo-lo miré y vi un colgante de plata con la mitad de un corazón. Lo apreté contra mi pecho y le sonreí, agradecida. Él me devolvió el gesto mientras sacaba el suyo de debajo de la camisa para mostrármelo.
Por megafonía dieron el último aviso y me giré, sin volver la vista atrás, para encarar la nueva vida que me esperaba tras la puerta de un avión… Una nueva vida lejos de mi gente, pero siempre teniéndolos presente en mi corazón.             

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