viernes, 30 de diciembre de 2011

Tonta enamorada 8. Capítulo final.

Bueno, os dije que antes de que acabara el año os dejaría el último capítulo de Tonta Enamorada. Y aquí está, recién salido del horno. Me hubiera gustado ponerlo antes, pero he tenido unos pequeños problemillas. Han sido unas semanas bastante interesantes. Pero bueno, espero que os guste el resultado y, si es así, sería maravilloso que compartierais con vuestra gente esta pequeña historia que con tanto cariño ha salido de mi corazón. 
Espero que os guste el final y sin nada más que añadir... ¡Feliz Navidad y próspero año 2012!



El día de la boda fue mucho más duro de lo que me esperaba. Estrené vestido nuevo, cosa que no hacía desde mucho tiempo antes. Yo quería que fuese negro, pero mi padre se negó rotundamente y tuve que conformarme con aquel violeta oscuro.
Habían pasado seis meses desde mi desafortunado descubrimiento. Mi padre y Caroline habían alquilado una nueva casa, una más grande, en la que viviríamos los cuatro. Ella y Dan se habían mudado ya allí y mis cosas también habían sido trasladadas, pero me había negado a irme de mi casa hasta después de la boda.
Tampoco había visto a Dan desde entonces. Nos habíamos evitado deliberadamente. Pero aquel día nos era imposible librarnos. A mí me obligaron a ser la dama de honor, por lo que no tuve que sentarme con él en la Iglesia. No oí ni una sola palabra de la ceremonia hasta aquellos “sí quiero” que para mí fueron como una sentencia al patíbulo. Nunca había tenido nada en mi vida, no había pedido nada y sentía que todo lo que pudiera haber deseado alguna vez me lo habían arrebatado con aquella simple frase.  
En el convite nos separaban dos únicas sillas: las de los recién casados. Yo no hablé demasiado durante la comida, pero Dan no pronunció ni una palabra. Cuando nuestros padres se levantaron para bailar lo miré un momento de reojo. Estaba muy guapo con aquel traje de pingüino.
Mi padre me interrumpió poco después y me sacó a bailar con él. Caroline hizo lo mismo con su hijo. Ambos nos resistimos, pero acabamos cediendo a regañadientes. Mientras sonaba aquel vals cruzamos nuestros ojos sin querer y el corazón se me detuvo en el pecho durante un breve instante.
La canción terminó, pero antes de que pudiera escaparme Caroline me cogió de la mano y me arrastró hacia donde estaba su hijo.
-Katy, ya conoces a Dan. Me gustaría que hablarais un poco, estoy segura de que os caeréis muy bien. Sois muy parecidos.
Unos invitados la reclamaron en aquel momento y tuvo que marcharse, pero sus dulces palabras siguieron en el ambiente un rato más. Nos quedamos mirando el suelo, sin saber qué decir, hasta que Dan me preguntó:
-¿Bailamos?
Acepté, a sabiendas de que si lo hacíamos no podríamos hablar. Y bailamos durante todo la noche. Toda la música que nos pusieron. Desde un vals hasta la música actual. A veces más pegados y otras casi sin tocarnos. Acabé derrotada, excitada y con ganas de salir corriendo, pero conseguí pasar toda la velada con él sin necesidad de entablar conversación. Tan solo cruzamos un par de palabras mientras bailábamos “Love me tender”, de Elvis.
-Estás preciosa esta noche.
-Muchas gracias.
Esas cuatro palabras me habían puesto la piel de gallina y habían estremecido hasta la última fibra de mi ser. No me había mirado a los ojos al decirlo, pero su voz había sido suave, ronca y temblorosa. La voz que yo amaba. Y había dejado caer la cabeza en su hombro, suspirando, mientras la música nos envolvía.
Ahora estaba en mi cama, completamente despejada. Mi padre y Caroline habían decidido invertir todo el dinero de la luna de miel en la nueva casa, aunque yo había mantenido la esperanza de que se fueran en el último momento, para así poder estar más tiempo en mi antiguo hogar. Pero no había sucedido y me había pegado dos horas tumbada en la cama con los cascos puestos, escuchando música.
Ahora todo estaba en silencio y no podía dormir. Sentía la presencia de Dan al otro lado de la pared y eso me ponía nerviosa y triste. La opresión que se había instalado en mi pecho seis meses atrás no había disminuido y en aquellos momentos era mucho más intensa. Tanto, que casi me ahogaba.
Casi sin pensar lo que hacía salí de la cama con cuidado. Salí al pasillo y me paré frente a la puerta del cuarto de Dan. Dudé un momento y miré hacia el final del pasillo, donde estaba la habitación de nuestros padres. Suspiré sin hacer ruido y entré, cerrando tras de mí.
Entraba luz por la ventana. Escasa, la de las farolas un poco más lejos. El silencio era sepulcral. Junto al rectángulo de luz estaba la cama. Me paré junto a ella y miré a Dan. Pude ver que tenía los ojos abiertos en la oscuridad. Sus ojos brillaban. Se apartó un poco y me metí dentro con él.
Sus brazos me recibieron cálidamente. Apoyé la cabeza en su hombro y dejé que me reconfortara con su presencia. Su aliento en mi oído me ponía la piel de gallina y la mano que había colocado en mi cintura me acariciaba suavemente. Yo solo llevaba una camiseta ligera y las bragas y él estaba completamente desnudo de cintura para arriba. Levanté la cabeza para mirarlo y acaricié su mandíbula con los dedos. Él trabó sus ojos con los míos y me besó. Todo mi cuerpo reaccionó ante aquel beso y me pegué más a él. Rodeé su cintura con mis piernas y él me abrazó fuertemente, acoplando su cuerpo al mío. Fue un beso profundo y dulce, aunque fue tornándose ansioso. Pero no tanto como los momentos de pasión de los que habíamos disfrutado con anterioridad. Sabíamos que era la última vez y queríamos que durara para siempre.
Minutos después sus labios abandonaron los míos para recorrer el camino que ya habían hecho sus manos. Jadeábamos suavemente, intentando no hacer ruido mientras nos entregábamos el uno al otro. Sus manos eran ligeras y su roce como el de las alas de una mariposa. Me gustaba y me hacía desear más.
Ya casi había olvidado lo maravillosa que era su boca. Lo bien que me hacía el amor con ella. La habilidad de sus manos. Sorprendentemente, no tardé en llegar a mi primer orgasmo y él me acalló con sus labios para que no gritara. Mis gemidos se ahogaron en su boca mientras no dejaba de torturarme.
Luego llegó mi turno, pero no fue tan extenso como el suyo. Cada vez que se estremecía bajo mis caricias yo sonreía para mis adentros. Cada vez que su mano se cerraba más fuertemente sobre mi pelo, como si este fuera un ancla que lo mantuviera a flote, me sentía más enamorada de él.
De repente, me alzó y me colocó sobre sus caderas. Su boca buscó la mía con urgencia y me penetró con tanta fuerza que dejé escapar un pequeño quejido de placer que murió en su boca. Suerte que no había dejado de tomar la pastilla.
Esa noche estábamos más sincronizados que nunca. Nuestros cuerpos se movían al unísono, como si fueran uno solo. Como una ola que se riza sobre la superficie del mar y va creciendo, así fue aumentando el placer que sentía hasta hacerse doloroso e insoportable. Clavé mis dientes en su hombro y él gimió; aquel sonido exhalado junto a mi oído me proporcionó tal placer que volvió a llevarme al orgasmo, esta vez junto a él.
Dan y yo caímos enredados en la cama, agotados. Había sido tan intenso y dulce… Sentía el alma terriblemente desgarrada, pero lo encontraba un dolor dulce. Hacía seis meses que me lo preguntaba, pero ahora estaba segura. Todo había merecido la pena. El perderlo todo, el precio pagado… había sido justo. Tan solo por haberlo conocido. Tan solo por haber podido disfrutar de uno de sus besos, de una de sus caricias, de una de sus miradas, de uno de sus cigarros robados… Todo había merecido la pena por aquel delicioso momento de éxtasis que nadie más podría darme o arrebatarme. Había merecido la pena conocer a mi alma gemela aunque la perdiera.
Dan alzó la cabeza de mi pecho y me miró. Deslizó sus dedos por mi mejilla, limpiando mis lágrimas. Una de sus ojos calló sobre mi cara.
-Te quiero-me susurró.
-Te quiero-le contesté, en el mismo tono.
Me hubiera gustado dormir a su lado, pero sabía que no podía. No era correcto, así que salí con cuidado de la cama un rato después, recogí mi ropa, me vestí y regresé a mi habitación.
Me quedé dormida poco después. Al día siguiente comenzaba una nueva vida. Sería como vivir en un teatro constante y tendría que hacer el papel de mi vida.
Y estaba dispuesta a aceptar el protagonista.     

domingo, 18 de diciembre de 2011

¿Fragmento de una nueva idea?

Me di cuenta de que alguien me seguía cuando me quedaba poco para llegar a la residencia. Fue cuando miré hacia atrás y vi a un joven envuelto en sombras, junto a un árbol. Metió la mano en su chaqueta y vi el reflejo de una pistola.
Apreté el paso y comencé a correr tras doblar una esquina. El corazón me latía a mil por hora y, aunque no era especialmente religiosa, empecé a rezar todas las oraciones que me habían enseñado de niña.
Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta para sacar las llaves, pero las manos me temblaban tanto que se me cayeron al suelo. Solté una maldición entre dientes y me paré a cogerlas. El tío corría detrás de mí y se estaba acercando mucho. Ahogué un grito y me precipité hacia la puerta del edificio. Era tarde y la puerta principal ya estaba cerrada.
Por una vez tuve suerte y conseguí abrirla a la primera. Me precipité en el interior, pero el hombre de la pistola estaba tan cerca que no me paré a cerrarla de nuevo. Uno de mis compañeros de clase estaba entrando en el ascensor en aquel momento; me vio y me saludó con una sonrisa, reteniendo el aparato para que yo subiera. Lo hice de un salto y apreté compulsivamente el botón que hacía que las puertas se cerraran a la vez que la de la entrada se abría con un violento golpe. El desconocido disparó justo cuando las puertas se cerraban y yo grité y me agaché. Oí un gorjeo junto a mí y mi compañero cayó al suelo. Chillé con todas mis fuerzas cuando vi que estaba muerto.
Me alejé con lágrimas en los ojos hasta la esquina más alejada del cuerpo mientras el ascensor subía. Estaba empezando a sentir que me ahogaba. Necesitaba mi inhalador con urgencia.
Una chica que conocía de vista estaba parada delante del ascensor, esperándolo, justo cuando las puertas se abrían. Vio mi expresión de terror y el cuerpo en el suelo y abrió mucho los ojos, alejándose un par de pasos.
-No es lo que parece, yo no…-comencé, con voz temblorosa mientras intentaba salir, pero me paré en seco cuando la muchacha miró hacia las escaleras, al final del pasillo, y recibió otro impacto de bala. Volví a cerrar las puertas del ascensor y pulsé el botón que llevaba al sexto piso, el más alto. Allí estaba la lavandería y podría esconderme.
Sin pararme a mirar si había alguien cerca o no salté el cuerpo y, en cuando puse un pie en el suelo, corrí de nuevo hacia la sala de las lavadoras. Encontré un hueco entre dos de ellas, junto a una en funcionamiento, y me escondí allí. Estaba aterrada y, por suerte, el ruido de la máquina ahogaba mi fuerte respiración.
Estuve allí lo que me pareció una eternidad antes de que el programada de la lavadora finalizara. Y cuando quedó en silencio me tapé la boca con una mano, deseando que no se me oyera, porque yo acaba de oír unos débiles pasos en el parqué. Aguanté la respiración y cerré los ojos fuertemente un momento. Las lágrimas corrieron por mis mejillas.
Entonces apareció frente a mí. Alto y delgado. Completamente vestido de negro y con un pasamontañas. Intenté apretarme contra la pared, hacerme más pequeña, pero no podía escapar de la mirada de sus profundos ojos negros.
-Por favor, no me mates… Yo no he hecho nada… Por favor…
Él no se movió. Siguió mirándome fijamente, imperturbable, mientras yo balbuceaba palabras inconexas. Mi mano tanteó el suelo y descubrí junto a mí una caja de detergente en polvo. Miré el paquete un momento de reojo, de nuevo a él y, sacando fuerzas de donde no las tenía, le lancé el contenido a la cara.
El hombre retrocedió frotándose los ojos y dijo algo en un idioma que no entendí. Con un grito me tiré sobre él y lo desequilibré. Ambos caímos al suelo. Forcejeamos y le di una patada en la entrepierna. En ese momento conseguí quitarle la pistola y retrocedí unos pasos. Él se levantó también con una agilidad sobrehumana.
-¡No te muevas! ¡No te acerques!
Pero no me hizo caso y le disparé casi sin darme cuenta. El impacto le dio en el estómago, pero no pareció afectarle. Sorprendida, volví a disparar. Una y otra vez, pero el resultado era el mismo.
Al final, mis manos temblaban tanto que la pistola resbaló desde mis manos y cayó al suelo. Las lágrimas corrían por mi cara. ¡¿Cómo era posible?!
Otro hombre de unos treinta años, de pelo rubio y ojos claros apareció en la puerta. Por su porte parecía un militar.
-Ya basta, Anjai. Ya la has asustado lo suficiente. Has hecho un buen trabajo, pero debemos irnos antes de que nos encuentren.
El hombre se acercó a mí a grandes zancadas y yo me encogí sobre mí misma.
-No te preocupes, no vamos a hacerte daño.
-Pero sí él ha… -balbuceé.
-Solo ha matado a dos personas y eran peligrosas para ti. Toma, bebe esto, te hará sentir mejor y normalizará esa respiración tan fea-me tendió una cantimplora y bebí sin pensarlo. Era cálido como un té, pero su sabor era diferente. Mientras lo hacía continuó explicándome:-. Te estaba siguiendo porque ibas a ser atacada y ha evitado que te maten. Pero Anjai nunca ha destacado por su delicadeza, precisamente. Lamento que te haya asustado. Yo soy el general Mike Johnson, de la Orden.
-¿Pero quién iba a querer atacarme a mí, si se puede saber? ¡Es absurdo!-me encontraba mucho mejor tras ingerir aquel extraño líquido. Tan relajada que hasta se me empezaron a cerrar los ojos.
-Te lo explicaremos todo cuando lleguemos a la base. Hasta entonces…
No pude oír sus últimas palabras, puesto que caí en un profundo sueño.  

jueves, 15 de diciembre de 2011

Microcuento

Continuamos bailando sin importar quién había en la habitación. Nuestros pies se deslizaban por el suelo con tanta suavidad que me parecíamos flotar. Podía sentir sus manos y la cálida sensación que me provocaba. Sus ojos fijos en los míos, brillaban. Su sonrisa era la más dulce. Su pelo era perfecto y su rostro el más hermoso.
Yo temblaba. No podía creerlo. Me había elegido a mí entre todas las demás. A mí entre las docenas de chicas del salón. Podía oír los cuchicheos de mis rivales derrocadas. Y eso me hacía sentir poderosa, como nunca me había sentido en la vida.
Deseaba que me llevara al jardín, diéramos un paseo y me besara. Quería sentir esos labios con los que tantas veces había soñado.
No me importaba lo que hiciera conmigo después. Si estaba con él todo iría bien. Sería invulnerable, intocable. Estaría por encima del resto de los mortales.
Cada vez me sentía más liviana, ligera como una pluma. Mi cabeza daba vueltas de forma agradable. Tal vez había tomado demasiado champagne. Papá ya me lo había advertido pero, ¿por qué hacerle caso en la mejor noche de mi vida?. Me pesaban los ojos, pero no quería apartarlos de los suyos, así que me obligué a mantenerlos abiertos. Lo veía borroso, así que parpadeé rápidamente varias veces.
-¿Se encuentra bien, Lady Katherine?
-Sí, milord. Tan solo un poco mareada.
-Deberíais sentaros, mi dulce dama. No quisiera favorecer su malestar.
-Pero es que no quiero dejar de bailar…-protesté, como una niña pequeña. En seguida me arrepentí de lo que había dicho, pero las palabras ya no podían volver a mi boca.
Su sonrisa se hizo más amplia y se acercó un poco más a mí para susurrar en mi oído:
-Yo también deseo seguir bailando con usted, pero no podremos hacerlo si se desmaya.
Asentí con la cabeza y paramos en medio de la multitud. Me tomó de la mano y nos encaminamos hacia el jardín para que me diera un poco el aire. No di ni dos pasos antes de caer al suelo, al borde de la inconsciencia.
Definitivamente, la competencia era feroz en aquellos bailes.  

Sobre lo que el arte te hace reflexionar...

Creo que he estado escribiendo para los demás durante demasiado tiempo. Ya es hora de ser fiel a mi misma, sin importar aquellos que me lean. Me encuentro en el cruce de caminos que ya anunciaba Malévich: arte para los demás o arte para uno mismo. 




Y como en el fondo, aunque no entienda los cuadros de vanguardia, tengo el alma atormentada de un artista, pues a pintar se ha dicho. Pero esta vez para mí. Solo para mí. A quién le guste, bien y a quién no, pues también. 

lunes, 12 de diciembre de 2011

Tonta enamorada 7

Cuando pude volver a respirar y me recuperé un poco intenté ponerme en pie. Lo conseguí al tercer intento porque las piernas me temblaban muchísimo. Mi padre aporreaba la puerta desde el pasillo, pero el pitido de mis oídos era tan intenso que apenas lo escuchaba. Me dejé caer sobre ésta respirando fuertemente, con grandes bocanadas. Quité el pestillo con torpeza y abrí. Mi padre intentó tocarme pero una nueva fuerza se apoderó de mí y conseguí zafarme de su abrazo.
-¿Qué ocurre, cariño? ¿Por qué te has puesto así? ¿Qué pasa?
Corrí escaleras abajo y empujé a aquella mujer en mi precipitación. Ella intentó sostenerme y al intentar que dejara de tocarme tropecé con los dos últimos escalones y me caí. Solo puse una rodilla en tierra, pero mi tobillo y mis manos se resintieron por el impacto. Me puse de pie por enésima vez en aquel último minuto y abrí la puerta de la calle con violencia. Ni siquiera me molesté en cerrarla. Corrí todo lo rápido que pude lo más lejos posible. Me dolía el pie, pero no era nada comparado con la presión que no liberaba mi pecho.
Mis pasos me llevaron hasta el parque que tan bien conocía. Me detuve en uno de los caminos entre los setos para recuperar el aliento. Necesitaba tranquilizarme o me daría un ataque de histeria. Mi cuerpo seguía temblando, esta vez por el esfuerzo realizado.
Caminé sin rumbo hasta llegar a nuestro banco. Y allí estaba Dan, sentado de espaldas e iluminado por una solitaria farola. Salí de la oscuridad y me acerqué al radio de luz. Lo vi volverse y supuse que estaba tan serio como yo, aunque no podía ver bien su rostro.
Verlo allí acabó por romperme del todo. Las lágrimas se liberaron y mi rabia con ellas.
-¡¿Lo sabías, verdad?! ¡Sabías que mi padre y tu...!-la voz se me quebró y gemí, llevándome las manos a la cara.
-Sí, los he visto esta noche. Tu padre fue a recoger a mi madre y los vi marcharse-me confirmó. Su voz sonó junto a mi y levanté la cabeza para mirarlo. Sus ojos también estaban rojos. Gemí de nuevo y dejé que me abrazara. Pero esta vez su presencia no me reconfortaba. Solo me hacía recordar que nuestros sentimientos estaban ahí, que de verdad existían. Y lo que necesitaba en esos momentos era olvidar, olvidar todo lo que nos unía. Deseaba no haberlo conocido jamás.
Él me llevó hasta el banco y me ayudó a sentarme. Yo no conseguía dejar de llorar. Él me tendió una botella y bebí sin saber lo que era. Por el ardor en mi garganta supuse que whiskey. O tal vez vodka.
Bebí y bebí hasta que el dolor de cabeza fue insoportable. Y continué bebiendo. Llegó un momento en el que dejé de pensar, de sentir...
Y cuando volví a tomar conciencia de mí misma y de mi cuerpo, estaba en la cama y volvía a sentir unas imperiosas ganas de vomitar.

Me llevé un par de días en cama. Mi padre me preguntaba todo el rato qué me pasaba y yo permanecía en silencio. No me levantaba a no ser que fuera al baño y casi no comí. Me limitaba a quedarme allí tirada, con los ojos cerrados y la persiana bajada. Supongo que simplemente esperaba que todo desapareciera, que el mundo se fuera a la mierda y yo con él, para así no tener que enfrentarme a mi truncada nueva vida.
Era lunes y el despertador sonó, avisándome de que debía ir a clase. Lo ignoré y me di la vuelta, tapándome hasta la coronilla. Mi padre ni siquiera hizo el ademán de venir a despertarme. Oí como se marchaba, pero aún permanecí un rato más allí, sin moverme.
Finalmente me decidí y me metí en el baño para darme una buena ducha. Realmente la necesitaba. Me planté desnuda frente al armario, con el pelo chorreando y me quedé más de diez minutos mirando la ropa que tenía. Finalmente me decidí y me puse mi mejor ropa interior, el vestido de fiesta más bonito que tenía y mis converse. Me sequé el pelo, me hice una coleta de caballo y me pinté como si fuera a la discoteca. Hasta me puse un poco de purpurina que encontré de un disfraz antiguo de Halloween.
Cuando estuve lista salí a la calle con Blacky. Fui al supermercado más cercano y compré un paquete de donuts, patatas fritas y una coca-cola. Por último, volví a casa y me senté en el escalón del porche a desayunar.
Al rato apareció Dan con su habitual chaqueta de cuero desgastada y sus vaqueros rotos. Parecía más decaído que de costumbre. Su sonrisa no era la misma. Se quedó mirándome desde fuera de la verja. Blacky ladraba y movía la cola a sus pies.
-Por fin has salido. Pensaba que nunca lo harías.
-Y no tenía intención. Simplemente hoy me encuentro un poco más magnánima. ¿Quieres patatas?
-Claro.
Abrió la puertecita y se agachó para acariciar a Blacky detrás de las orejas antes de sentarse a mi lado. Metió la mano en el paquete y sacó un puñado. Comió con lentitud.
Nos quedamos en silencio mucho rato. Finalmente él sacó un cigarro y lo encendió con un quedo suspiro.
-Bueno...-comenté en voz baja- ¿y ahora qué?
Nos miramos a los ojos un momento. El suficiente como para que yo le quitara el cigarro, le diera una rápida y corta calada y volviera a ponerlo en sus labios. Mis dedos rozaron su boca y quise besarlo desesperadamente, pero me contuve. Entonces volvimos a mirar al frente.
-Katy... Ya te he dicho que mi madre ha sufrido mucho por culpa del cabrón que me engendró y ahora que la veo... feliz...-lo vi sacudir la cabeza y me miró, desesperado-No puedo hacerle esto, ¿lo entiendes?
-Perfectamente-musité-. Siempre he visto a mi padre solo y el brillo en sus ojos el otro día...-enterré la cara en mis manos y negué con la cabeza- Yo tampoco puedo romper eso.
-Se lo merecen. Se merecen ser felices juntos. Estoy seguro de que tu padre es un buen tío y mi madre... Joder, ella es maravillosa.
-Eso significa que nosotros...
-Sé lo que significa para nosotros-me interrumpió, cortante.
Por primera vez desde que nos habíamos conocido, los escasos centímetros que nos separaban parecían una distancia insalvable. Él se levantó, tiró el cigarro al suelo y lo pisó con violencia.
Dio un par de pasos y se paró de nuevo, vacilante. Blacky se subió a sus piernas, pero él lo ignoró. Apenas pude oír las palabras que pronunció, pero consiguieron pararme el corazón durante un instante.
-Aquel día en el parque, el día que hablamos por primera vez... Llevaba meses viéndote allí. Meses enamorado de ti. Y te veía con ese gilipollas que no te merecía y pensaba: "si fuera mi novia yo sí que la haría la chica más feliz del mundo. Siempre sonreiría y sería una sonrisa de auténtica felicidad, no la que se ve obligada a poner cuando está con ese cerdo"... Cuando te veía sola quería hablar contigo, pero nunca me atrevía... Hasta que te vi aquel día. Te he querido desde el primer momento en el que te vi... Este tiempo ha sido el más feliz de mi vida y desearía poder cumplir mi promesa... En serio quiero hacerlo...
-Dan...-lo llamé, con la voz quebrada. Pero él sacudió la cabeza y salió corriendo.


Bueno chic@s, el final se acerca... Tan solo queda un capítulo más... Hasta el momento, un beso a todos ;)

Muñequito de papel

Sé que estáis deseando saber el final de tonta enamorada, pero este pequeño cuento se me ocurrió el otro día y creo que se merece el puesto como entrada número 50 de este blog. Espero que os guste, va dedicado a todos esos pequeños muñequitos indefinidos que hay por el mundo :)


Erase una vez un muñequito de papel. Era pequeño y blanco, tenía una redonda cabeza y piernas y brazos largos y picudos. Alguien, no sabía quién, lo había recortado, pero no se había molestado en pintarle unos ojos, una nariz o una boca. Tampoco una camisita y un pantalón. Ni siquiera sabía si era Él o Ella. Solo era un muñeco andrógino y perdido.
Decidido a buscar un buen lápiz o un rotulador y una mano que lo empuñara, se puso a caminar. Pero su camino no fue fácil.
Cuando iba a saltar de la mesa, una ráfaga de viento se lo llevó de la habitación y lo hizo volar por encima de los tejados de las casas. El muñeco sintió miedo, pero también una radiante sensación de libertad. Aunque todo terminó cuando una brisa juguetona se interpuso en su camino, desgarrando uno de sus bracitos de papel. El muñequito se asustó muchísimo y quiso bajar al suelo, pero no podía. Estaba atrapado en medio del cielo.
Cuando pensaba que nunca lo conseguiría, chocó contra algo. El hombre lo cogió con rudeza y el muñequito quiso gritar, pidiéndole ayuda, pero antes de que pudiera decir algo, hicieron con él una pelotita y lo lanzaron al suelo de nuevo. El muñeco se sentía dolorido y ultrajado. No podía moverse y su cuerpo estaba destrozado.
Pasó mucho tiempo junto a aquel cubo de basura, comprimido sobre sí mismo. Lloraba y lloraba y con cada nueva lágrima su cuerpo se arrugaba un poquito más, haciéndose más blando y débil.
Cuando creía que se desintegraría, sintió una suave caricia en su superficie mutilada. Una mano pequeña, tan frágil como él mismo, lo tomó con delicadeza. Aún tuvo que esperar un poco más, pero cuando lo colocaron sobre la mesa y comenzaron a desenredarlo con cuidado, pudo notar que todo iba mucho mejor. Volvieron a recomponerlo e incluso le pusieron una nueva piernecita de papel allí donde había perdido la anterior en el brutal ataque.
Por último, la niña cogió un lápiz azul y pintó sus rasgos y su ropa. Lo pegó en un folio en el que había muchos árboles, una casita preciosa y un sol brillante. Allí no había vientos furiosos ni manos aprisionadoras. Tan solo una calidez pura y sencilla que planchó sus arrugas e hizo aumentar su recién estrenada sonrisa.  


domingo, 4 de diciembre de 2011

Tonta enamorada 6

Con un par de días de retraso-lo siento muchíiiisimo :( - pero aquí lo tenéis. El nuevo capítulo de Tonta Enamorada. Después de este habrá un pequeño parón, por desgracia la facultad me agobia demasiado ahora mismo y no puedo actualizar tan rápido como me gustaría-de hecho, ya lo habéis sufrido en vuestros ordenadores-. Así que, disfrutadlo porque... se acerca el gran final!!! ;)

Era sábado por la mañana. Puse la radio mientras limpiaba mi cuarto y, para mi alegría, estaban poniendo el último single de Lorca, Corazón a la venta. Sonreí y la tarareé, cantando las partes que me sabía. Hasta hace poco me había sentido así, pero eso se había terminado.
Estas últimas semanas habían sido especiales, únicas. Había visto a Dan casi todos los días. Habíamos reído, paseado y fumado juntos. Él me había hablado de su madre, de su odiado padre y de sus sueños y esperanzas. Yo le había hablado sobre mis difíciles años de instituto y lo agobiada que estaba en la carrera.
-A veces me gustaría viajar lejos, a otro continente. Empezar de cero, donde nadie me conociera. Donde nadie supiera mi idioma, quién soy o de dónde vengo. Como si naciera de nuevo. Tengo la sensación de que esa es la única forma de la que podría ser feliz.
Eso se lo dije una noche en mi cama. Mi padre tenía un congreso en la otra punta del país y lo había invitado a dormir. Acabábamos de tener sexo del bueno, del dulce como un caramelo que se te queda pegado en los dientes. Hablábamos a ratos, con la boca pastosa y los ojos medio cerrados.
Él me había besado la frente y había susurrado, haciéndome temblar:
-Pues no olvides comprar dos billetes.
Y todo había seguido su curso, de forma natural. Otra tarde, mientras estábamos en el parque, le conté cómo había perdido a mi única y mejor amiga.
-Habíamos sido uña y carne desde pequeñas, casi desde que llevábamos pañales. Siempre habíamos estado juntas y su madre era para mí como aquella que nunca tuve. Pasamos por un millón de cosas juntas y, de repente, todo se fue al carajo.
-¿Por qué?
-Se echó novio. Era de las típicas chicas que no podían vivir sin un hombre a su lado.
-Realmente patético.
-No sabría qué decirte. En un primer momento creí que era culpa del chico. Luego me di cuenta de que no era así. La que había cambiado era ella, solo ella. Y yo no podía comprender su actitud.
-A veces ocurre. A mi también me pasó algo parecido.
-¿Pero sabes qué es lo peor de todo?
-¿El qué?
-Que ella fue la que empezó a despreciarme en clase, a joderme la vida. Y todos se pusieron de su parte. Creo que por eso me afectó tanto...
-Es horrible...
-Sí. E irónico.
-¿Por qué?
-Ese chico... Nos había gustado a las dos desde el principio. Pero la escogió a ella antes que a mí. Y aún así...-reí, divertida- No duraron mucho. Él se cansó muy pronto. Y cuando me... bueno, ya sabes lo que me pasó... Cuando vino a por mí, a reclamarme, ¿sabes lo que me dijo? Que le gustaban las chicas con más personalidad.
Dan me había mirado muy serio entonces. Yo le había sonreído y había suavizado su ceño con una caricia.
-No me importa. Lo pasado, pasado está. Lo importante es el presente. El tú y yo. Ahora.
Me había besado con fuerza y yo había sentido cuánto me amaba con ese beso. No habíamos necesitado palabras para formalizar nuestra relación. No hacía falta. Nos queríamos, era lo único importante. Yo lo veía en sus ojos y él en los míos.
Lo peor de todo es que detestaba esa dependencia, ese sentirse caminar en las nubes. Me hacía sentir... indefensa, a merced de lo que él quisiera. Intentaba mantenerme fuerte, cuerda. A ratos lo conseguía. Pero otras veces no era capaz de decir que no.
Pasé todo el día en casa, sola. Mi padre había salido y había dejado una nota, diciendo que volvería al anochecer. Pensé en llamar a Dan, pero necesitaba un tiempo para estar a solas.
Me hice la cena y me senté a comer en el salón mientras veía la tele. Blacky dormitaba a mi lado mientras veía una película de miedo. No había terminado mi plato cuando la puerta se abrió y llegó mi padre. Me extrañó oír dos pares de pies y risas femeninas. Extrañada, me asomé a la entrada.
-Hola cariño, me alegro de que estés despierta. Sé que debería haber hecho esto mucho antes, pero no sabía cómo te lo tomarías. Ella es Caroline, mi... prometida. Nos casaremos dentro de poco. Siento decírtelo de esta forma, pero es que tenía miedo...
No seguí oyendo lo que me decía. En ese momento dejé caer el plato con todo lo que contenía y tuve que salir corriendo hacia el baño para vomitar lo que había ingerido.
Allí, frente a mí, no estaba otra que la madre de Dan.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Otros libros de Lewis Carroll. Un dato curioso.

Sé que os he prometido que hoy os traería un nuevo capítulo de "Tonta Enamorada", y pienso cumplir mi promesa, pero me he topado con esto por Internet y no he podido resistirme. No sé si continuaré poniendo noticias o artículos curiosos cuando los vaya encontrando, aunque supongo que prefiero compartirlos con vosotros ^ ^ 
¡¡Un abrazo y esperadme esta tarde!!

El autor de "Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll, en realidad se llamaba Charles Lutwidge Dodgson. Y aunque es conocido como escritor, era también diácono anglicano, matemático, fotógrafo y algunas cosas más.

Publicó el libro de Alicia en 1865 y tuvo el bonito detalle de enviarle un ejemplar a una de las hijas de la reina Victoria de Inglaterra, que se llamaba también Alicia. La reina leyó el libro y le gustó el derroche de imaginación que contenía la obra. Tanto disfrutó de la lectura que envió una carta al autor elogiando su trabajo y solicitándole además que le enviara el resto de sus obras.

Carroll, que ya hemos dicho que era matemático, hizo los cálculos y convino que lo mejor era satisfacer la petición de la reina. Así que le envió el resto de su obra: varios libros de trigonometría, álgebra, geometría y ajedrez. Creo que habría merecido la pena ver la cara de la reina cuando viera el resto de la obra de Carroll. Y la gran pregunta es: ¿leería la reina estas obras?