martes, 23 de abril de 2013

Duty


Juro que encontraré al asesino de mi padre y haré justicia. Lo juro sobre su tumba y la de todos mis ancestros. No descansaré, no tomaré esposo ni tendré hijos, no tomaré el trono que es mío por derecho ante los dioses hasta que el traidor haya sido ajusticiado y pague por sus pecados.

Recordaba perfectamente cada una de las palabras de aquel juramento pronunciado con lágrimas en los ojos hacía ya más de una década, cuando no contaba más de esa edad y la rabia y el dolor me devoraban.
Ahora, en esa fría noche de finales de marzo, deseaba con todas mis fuerzas tragarme mis palabras.
No había sido capaz de ordenar que lo encerraran en las mazmorras, a pesar de que era lo que se esperaba de mi. Se lo debía a David. Había apostado guardias en la puerta de sus aposentos y bajo su ventana para evitar que huyera, aunque realmente me hubiera gustado que pasase.
Había despedido a los centinelas de la entrada y les había ordenado esperar al final del pasillo para poder tener algo de intimidad. Llevaba cerca de una hora allí, con la mano sobre el pomo, deseando encontrar las fuerzas necesarias para abrir aquella maldita puerta blanca de molduras doradas.  
En un momento el metal desapareció de entre mis dedos y levanté la cabeza para mirarlo.
-¿Vas a entrar?-me preguntó con voz suave. Tragué saliva y caminé los tres pasos que cruzaban el umbral. Él cerró a mi espalda. Seguí avanzando y me dejé caer sobre la cama, agotada. Él tomó asiento frente a mí, en la silla de su escritorio.
-No lo entiendo, Marco. De verdad que no lo entiendo
-No hay nada que entender, Elisa. Fue hace mucho tiempo.
-Pero ¿por qué?
-¿De verdad te haría sentir mejor la respuesta?-lo miré, sorprendida. El cabello oscuro le caía sobre la frente y tenía los ojos hundidos y la piel más pálida de lo normal. También había rastros de barba en sus mejillas, lo nunca visto, ya que solía ir perfectamente arreglado. Marco siempre había sido un don Juan y verlo en aquel estado oprimía un poco más los trocitos de mi corazón-Y si te dijera-continuó, en un susurro, con la mirada perdida en el suelo-. ¿Y si, por ejemplo, te dijera que no era un buen rey, que estaba arruinando a la gente, que el pueblo no lo quería y que alguien debía hacer algo? ¿Y si te dijera que no lo hice por iniciativa propia, que solo cumplía órdenes? ¿Cambiaría eso algo?
-¡Claro que sí!-exclamé, poniéndome en pie de un salto-. Si alguien te mandó hacerlo debes decírmelo. ¡Eso te eximiría de toda culpa!
-Por supuesto que no lo haría, Elisa. Eso no cambia el hecho de que la espada que atravesó su garganta era la mía. Eso no limpiará mis manos de su sangre. Además, también podría decirte que lo hice por iniciativa propia, que lo maté porque quise, fuera cual fuera mi motivación. ¿Entonces qué excusa tendríais para salvar mi vida?
-Estoy segura de que no lo mataste por motivos egoístas, Marco-afirmé, rotunda, arrodillándome frente a él y tomando su cara entre  mis manos-. Te conozco desde que tengo uso de razón, sé cómo eres y sé que nunca, jamás harías algo así sin una razón de peso. Sé que nunca me harías pasar por semejante dolor a sabiendas.
-Por supuesto que no, mi princesa-me sonrió, trémulo, besándome la mano-. Siento mucho habértelo ocultado, pero era demasiado joven y no quería morir.
-Sigues siendo joven. Aun puedes casarte, tener hijos y vivir feliz.
-No, eso es algo que nunca existirá para mí. Pero sí está escrito en tu destino y en el de mi hermano.
-¿Por eso te delataste?-susurré, con el nudo de mi garganta creciendo por momentos.
-David y tu merecéis ser felices y no podía seguir alargando lo inevitable.
-Marco, yo-sollocé.
-Shh Tranquila, preciosa-me consoló, abrazándome con fuerza-. No te sientas culpable por cumplir con tu deber. El tener un cargo, el tener poder, siempre conlleva una carga. Si no fueras quien eres y no yo fuera quien soy, tal vez podrías perdonarme y yo saldría indemne. Pero seguimos siendo quiénes somos y hemos de mantener nuestros juramentos, sino, ¿qué nos quedaría?
-La libertad de poder decidir.
-Serás una buena reina. Espero que vivas mucho tiempo, y que la era de prosperidad que vendrá contigo se prolongue durante generaciones.
-¿Cómo seré una buena reina si no soy capaz de mostrar misericordia?
-No se trata de misericordia, mi princesa. Se trata de honor, de cumplir la palabra dada. Si no muero, tus súbditos creerán que no cumplirás las promesas que les hagas, no confiarán en ti y necesitas desesperadamente que lo hagan, porque tu poder reside en ellos. El pueblo te hace ser quien eres, no un estúpido derecho divino. Jamás lo olvides.
-¿Entonces no hay otra posibilidad? ¿No hay forma de evitar esto?
-Mi destino lo sellé con sangre hace mucho tiempo, pero puedes evitar situaciones similares en el futuro. Cuida tus palabras, Elisa, porque son el instrumento más poderoso que existe. Ni las armas, ni la rabia, ni el dolor o el amor. Tan solo la inteligencia y las palabras bien empleadas.
Me incorporé lentamente, destrozada. No quería mirarlo, no podía mirarlo sabiendo que moriría por mi error. Por su error. Ni siquiera sabía muy bien quién era el culpable.
Me dirigí hacia la puerta y la abrí. Era mucho más fácil salir que entrar.
-Vendrán a recogerte al alba.
-Te veré allí. Ojalá no tuvieras que estar presente.
-Ojalá tu tampoco tuvieras que estarlo.


Llovía. Los nubarrones grises cubrían el cielo. Había sido un cambio repentino del tiempo, ninguno esperábamos esas inclemencias y los toldos tuvieron que ser montados sobre la marcha, aunque los asientos ya estaban mojados para entonces. Hacía frío y la incomodidad se fundía con el tenso silencio que nos rodeaba. David apretaba mi mano bajo la capa mientras esperábamos bajo una cornisa a que llegaran los miembros del jurado. Su pulgar acariciaba el dorso de mi mano suavemente.
-No me odies, por favor-le supliqué. Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera tragármelas. Él alzó mi barbilla para mirarme a los ojos. Tenía el pelo mojado a pesar de que llevábamos capa y sus ojos estaban tristes, pero me sonrió con dulzura.
-No podría hacerlo aunque quisiera. Lo que va a pasar hoy no es culpa tuya, no pienses eso. Marco hizo lo que hizo y ya está. Debe pagar por ello, por muy doloroso que resulte. Tengo tantas ganas de que se salve como tú, pero ambos sabemos-se le quebró la voz y cerró los ojos, agónico. Me pegué a él y lo abracé. Él me respondió estrechándome con fuerza entre sus brazos. Nos miramos un momento y me besó con lentitud y firmeza. Luego posó su frente en la mía y nos quedamos así durante los dioses saben cuánto tiempo.
Los miembros del jurado, formado por representantes de los tres estamentos, fueron llegando poco a poco a la hora indicada. Todos tenían un aspecto un poco sucio y demacrado, nada que ver con la magnificencia que mostraban normalmente. La pompa les había sido arrebatada por el agua que caía, indolente.
Aquellos que formaban el consejo de la reina también tomaron asiento y no pude evitar fijarme en la silla vacía, justo a mi lado, correspondiente a Marco. Pronto tendría que elegir a otro que ocupara su posición.
Solo quedábamos David y yo por colocarnos. Nos adelantamos agarrados de la mano. Sabía que no era políticamente correcto, pero necesitaba su apoyo o me derrumbaría por completo. Dejé que un criado me quitara la capa cuando estuve bajo el toldo y ante todos apareció mi vestido, de un color blanco inmaculado. La gente me miró con asombro, pero también vi aprobación y leves sonrisas de apoyo. El blanco era el color del luto, no apropiado cuando yo era la que firmaría la sentencia de muerte, pero perfectamente acorde con las circunstancias y el lazo que nos unía. David también vestía un jubón y calzas del mismo color.
Tomamos asiento, él a mi derecha, y poco después trajeron al acusado. David me apretó la mano bajo la mesa y yo respondí a su gesto. Ojalá pudiera abrazarme en este momento.   
Marco nos miró un momento y sonrió débilmente. La lluvia le corría por el rostro y le empapaba la ropa. Incluso con tan mal aspecto, no lo abandonaba aquella seguridad, aquella elegancia que siempre lo había caracterizado. Casi no podía respirar por el dolor que sentía en el pecho.
El juicio fue rápido, Marco aceptó los cargos y no intentó defenderse o inculpar a otra persona. La sentencia fue la esperada. Ahora me tocaba determinar a mí de qué forma se llevaría a cabo.
Me levanté, rodeé la mesa que se extendía frente a mí y me acerqué hasta Marco. Saqué un frasquito y lo puse entre ambos. Él me miró y sonrió mientras colocaba su mano alrededor de la mía, rodeando el recipiente de cristal. Nos quedamos así un momento y entonces me derrumbé.
Las lágrimas afloraron a mis ojos como hacía días que no lo hacían y lloré, lloré sobre su hombro durante largo rato, más fuerte de lo que nunca había llorado. Él me abrazó, consolándome con tantas otras veces había hecho. Besó mi pelo mojado y acarició mi espalda.
-No quiero que mueras-susurré en su oído, con el hilo de voz que me quedaba.
-No siempre podemos obtener lo que queremos, mi princesa-me respondió, en el mismo tono. Me besó en la frente y me miró a los ojos. Me pareció ver lágrimas en ellos, pero la lluvia era tan fuerte que no supe si era eso o las gotas de agua que rodaban por su cara.
No lo solté mientras abría el frasco y se lo llevaba a los labios. Apreté sus brazos con más fuerza cuando bebió. No respiré durante los dos segundos que tardaron en fallarle las piernas y lo sujeté contra mi cuerpo cuando cayó de rodillas al suelo,
-Él te quería-musitó, con la voz ahogada y los ojos muy abiertos, mirándome con fijeza. Tuve que esforzarme para oírlo.
-Por supuesto que lo hacía, era mi padre-respondí, perdida ante sus palabras.
-No de esa forma
Y expiró. 

viernes, 28 de diciembre de 2012

La foto


Esta allí sentada. Sola. No lleva un libro en las manos. No hay ninguna maleta a su lado.  No está escuchando música con feos auriculares de plástico negro en sus oídos. No habla con nadie. Solo mira, desesperada.
Está allí sentada, sola, con las piernas firmemente apretadas y las manos cerradas sobre el regazo. La espalda recta, el pelo suelto. La mirada triste, vacía mientras espera. Cuando llega el tren se levanta rápidamente, nerviosa y mira con ansiedad las caras que suben y bajan. ¿Qué es lo que busca?
Siempre trae con ella una foto que se marchita, se desgaja poco a poco. En ocasiones la mira y los ojos se le llenan de lágrimas que nunca se derraman. Entonces sonríe un poco y se la ve hermosa, joven. Brillante como una estrella moribunda.
Un día llegó un tren diferente. Ella se levantó, como cada vez, pero esta vez se adelantó, esperanzada. Sabía, como solo se saben algunas cosas en el corazón y no en la cabeza, que era el tren indicado.
La gente descendió presurosa sin mirarla, ignorándola como ya era habitual. Más allá bajó su persona especial. De nuevo aquella vieja sonrisa tan amarga y dulce. La vi correr, por primera vez en todo aquel tiempo, como si se le fuera la vida en ello.
Tocó su hombro con suavidad, no le hizo falta ni una sola palabra. El ancianito se volvió, lento, quejumbroso, sorprendido al verla. Ella le tendió la foto. El hombre no pudo evitar soltar aquellas lágrimas que a ella le faltaban al ver su contenido.
Se alejaron de allí, abrazados. Ella con una maleta en la mano y él de nuevo joven, ligero de espíritu y renovado. 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un último baile

La trompeta de ritmos latinos marcaba un rápido compás en mi pecho. Esperaba, con aquella pajita entre los labios, los dedos fríos, la cabeza caliente, a que se produjera el milagro. Una pareja mayor, sonriente, pasó por delante de mí en dirección a la pista. Qué felices parecían. Incontrolablemente, mis labios se alzaron por la comisura derecha, así que bebí un poco más para deshacer el encantamiento.

Jugué con la pajita entre los labios, mordiéndola con los dientes, sorbiendo lentamente. Un joven demasiado avispado se me quedó mirando, el cigarro entre los labios, el pelo engominado y la pose chulesca típica de aquellos garitos.

-Buenas noches, princesa-me susurraste al oído, en lo bajo de la espalda y en el centro de mi cuerpo. Otra vez la puta comisura. La lengua se me fue sola y sorbí más fuerte, como si eso fuera capaz de devolverme a la realidad. Tu brazo envolvió mi torso, rozaste mis pechos con tu mano y gemí casi imperceptiblemente. Volví la cabeza para poder verte y tu boca atrapó la mía. Fue el beso más suave que había recibido por tu parte desde que nos habíamos conocido. Fue como si me abandonaran las fuerzas, como si dejara de ser completamente yo y pasara a ser en parte tú, pero sin tenerte. Sabiendo que no era posible.

Me clavaste aquella intensa mirada, cazándome entre tus redes un segundo antes de desvanecerte. Te materializaste de nuevo frente a mí y me tendiste la mano. Esta vez sí. Esta vez estaba preparada.
Dejé mi vaso de agua con hielo sobre la mesita y agarré tus dedos, más fríos incluso que los míos, mientras descendía del taburete. Serpenteamos hasta llegar al centro de la pista y nos quedamos parados, mirándonos. La gente nos vio y se apartó. La música cambió a un tango. Nos colocamos suavemente en posición. La piel se me erizó allí donde me tocabas.

Todo me parecía un sueño. Me movía lentamente, como si nadara en almíbar. Los movimientos eran tan fluidos que parecía que lo hubiéramos ensayado. La coordinación era total, era mi pareja. Él lo supo también en cuanto dimos el primer paso. Sus ojos se habían abierto un poco más de lo normal durante un instante y su comisura también se había alzado. La derecha.

Después perdí la noción del tiempo, del espacio. Solo sentía sus manos sobre mí. El vaivén de nuestros cuerpos.

Terminó tan rápido que casi no lo pude creer. Me separé con un suspiro a dos milímetros de su boca, con un esfuerzo sobrehumano y las lágrimas ardiéndome tras los párpados. Me giré mientras comenzaba la nueva canción, volvía a estremecerme con aquella tos y dejé que la multitud me engullera. Recogí mi chaqueta con tanta brusquedad que tiré el vaso y estalló en mil añicos. Salí a la calle sin parar de toser, intentando coger aire. El ritmo en mi pecho era demasiado brusco, demasiado desacompasado.

Caí de rodillas antes de que pudiera dar dos pasos en el frío noviembre.

-¿Princesa? 

martes, 5 de junio de 2012

No podía dejar de mirarte fijamente. Tu piel morena, tu gesto de concentración. Aquel ceño fruncido y tus manos grandes, sujetando el libro con fuerza. Mi corazón golpeaba fuerte contra las costillas, casi doliéndome. Los dedos se me agarrotaban y no dejaba de arrugar mi falda una y otra vez entre los puños, intentando tranquilizarme.
Me levanté con brusquedad del banco, con movimientos rígidos. Crucé la distancia que nos separaba a grandes zancadas, a pesar de que no era mucha. Te arranqué el libro de las manos y me miraste, sorprendido. Me senté a horcajadas sobre tus piernas, tiré aquella historia por la borda, agarré tu cara y te besé con fuerza. No te lo creías al principio. Yo tampoco. Ambos estábamos tensos, pero enseguida me relajé. Tu me seguiste dos segundos después. Tu boca cobró vida, igual que tus manos, que rodearon mi cintura.
Sacudí la cabeza, intentando deshacerme de aquellas imágenes que me moría por hacer realidad. Pero mi cuerpo no respondía, era como si una barrera me separase de ti. Me levanté despacio y volví a colocarme las gafas de sol. Apreté el asa de mi bolso con fuerza y me dispuse a marcharme. Tu levantaste la mirada y la trabaste con la mía, aunque no pudieras verla. Me sonreíste y creí morir. Te devolví el gesto y me fui caminando, muerta de vergüenza, pero con la sensación de haber ganado una pequeña batalla.
-¡Ey! ¡Espera!
Frené en seco. Pasaste corriendo por mi lado. Me cortaste el paso. Yo te miraba embelesada, sin creerme aún que me hubieras hablado. Respirabas un poco agitado y tu camisa se agitaba con el movimiento. Qué guapo estabas, por Dios.
-Mi nombre es Álvaro. ¿Me darías tu número de teléfono? Siempre te veo ahí sentada, pero no me he atrevido a decirte nada antes. Por favor...-me pediste, con una media sonrisa y un rotulador en la mano. Tragué saliva con fuerza, me quité las gafas de sol y asentí con la cabeza, con una trémula sonrisa. Cogí el rotulador que me tendías y te escribí mi móvil en la mano que me tendiste. Mis dedos rozaron tu piel suave y contuve un gemido. Las manos me temblaban. Tu me la cogiste cuando terminé y me la apretaste suavemente. Te agachaste sobre mí y me besaste la mejilla.
-Te llamaré. Te lo prometo. Solo dime tu nombre.
-Dana-tus ojos brillaban y yo me había perdido en ellos-. Me llamo Dana.
-Hasta mañana, Dana.
Me soltaste, pasaste a mi lado y caminaste en dirección contraria a la mía con tu libro bajo el brazo. Me giré de golpe y te grité:
-Espero tu llamada. De verdad.
Me miraste con una sonrisa y asentiste.
-Por supuesto.
Luego continuamos nuestros caminos. Sentía el alma más ligera. Como si estuviera llena de aire.
Apenas había puesto un pie en casa cuando mi móvil sonó.

lunes, 21 de mayo de 2012

New

Bueno, este es un pequeño relato que espero que disfrutéis. Es solo el borrador de la historia. Pienso convertirla en un corto durante el verano. Cuando esté listo lo pondré aquí para que veáis el resultado. Espero que os guste :) Disfrutadlo.



Miriam camina cabizbaja. No ha sido su mejor día. Hace calor. Demasiado calor. Siente que le sobra hasta la piel. Solo quiere llegar a casa, darse una buena ducha y sentarse tranquilamente a ver la TV. Nada demasiado trabajado. Más bien una estupidez.
La casa parece un horno. En la puerta se desviste, lentamente. Se acaricia los brazos con suavidad. El cuello, limpiando el sudor. Sacude la cabeza y se suelta el pelo. Se acerca a la mesa, coge un mando y pulsa el interruptor del aire acondicionado. Deja de nuevo el mando sobre la mesa y se dirige al baño. Entra en la ducha y abre el grifo. Se estremece bajo el agua fría, con los ojos cerrados, la cabeza sobre el brazo y el agua golpeando su espalda. Se gira, se aparta el pelo de la cara y traga saliva con fuerza. Se echa a llorar y se desliza hasta el suelo sin dejar de sollozar.
Cuando sale de la ducha y se viste, se prepara un sándwich ligero y se sienta frente al televisor. Lo enciende y pone el primer canal que encuentra. Lo mira sin mucho interés, masticando con tranquilidad. No ha comido ni la mitad cuando su móvil suena. Mira el bolso con el bocado todavía en la boca, se levanta y busca el aparato mientras sigue masticando. Mira quién es y su cara se contrae en una mueca de sorpresa y dolor. El teléfono resbala de su mano y cae al suelo. Se queda paralizada un momento y a su cabeza llega el recuerdo de las risas. Una pareja. Un beso robado. El dolor agudo en su pecho como un cuchillo clavado hasta la empuñadura.
Las nauseas le sobrevienen de repente. Se pone una mano en la boca y corre al baño para vomitar. Abraza el váter como si su vida dependiera de ello. Cuando termina se limpia la cara con manos temblorosas. Se deja caer contra la pared, sentada en el suelo y se acurruca sobre sí misma, abrazando su propio cuerpo. Cierra los ojos y se deja llevar.
Las imágenes la bombardean. Imágenes de él y su sonrisa tierna. De sus besos dulces. De su cigarro en los labios. Y la ve a ella. Ve los brazos que amaba rodeándola, haciéndole el amor.
Abre los ojos llorosos con una triste sonrisa. Se seca la cara y se levanta. Entra en su habitación, coge la pequeña caja que ha comprado esa tarde y comienza a guardar dentro todos sus recuerdos.  Hasta el último de ellos: las fotos, el anillo, las cartas de amor, aquella camiseta y su peluche favorito. Todo. Tan solo falta su corazón roto por dejar dentro.
Pone la caja a un lado y abre el armario. Escoge uno de sus conjuntos favoritos, se cambia, se pinta y, cuando está lista, sale de nuevo a la calle con la caja bajo el brazo.
Llega al puente y se detiene en el centro. Mira el agua moverse allá abajo, muchos metros por debajo de sus pies. Duda un momento más. Saca su móvil del bolso, lo apaga y lo mete en la caja. Ya conseguirá todos los números de nuevo más tarde. Después la alza y la arroja al agua. Sonríe cuando oye el chapoteo que supone su contacto con las pequeñas olas. La observa unos instantes más y se aleja lentamente, mucho más tranquila.
Es mucho mejor empezar de cero, se dice, que quedar atascada en el pasado.

lunes, 2 de abril de 2012

Summer Love


Bueno, queridos lectores. Aquí os dejo con una nueva historia a la que llevaba dándole vueltas un tiempo. ¡Espero que os guste! 


No suelo salir sola. No porque me disguste; simplemente me da demasiado tiempo para pensar. Cuando lo hago, procuro ir siempre escuchando música. Me resulta tan necesaria como respirar. Y a la vez la odio. El 90% de las canciones me gustan porque tienen algún significado para mí. Cuando lo pierden o es non grato, adiós canción. La de veces que me habrá pasado.
Era una calurosa tarde de verano. Había estado aburriéndome como una ostra en mi casa. No había nadie con quien salir, así que decidí aventurarme yo sola. Había cogido un autobús y ahora estaba en una terraza junto a la abarrotada playa. Había mucho ruido a mi alrededor, una algarabía de sonidos que me relajaba. El batido helado se me estaba derritiendo, pero no me importaba. Estaba en un momento interesante del libro que había llevado y no podía apartar los ojos de las páginas.
Diez minutos después lo cerré, sonriente. Al fin lo había terminado. Una buena historia, como las que a mí me gustaban. Coloqué la pajita entre mis labios y sorbí el refrescante líquido. Se agradecía con aquella temperatura.
Al levantar la mirada vi un chico en una de las mesas del bar de al lado. Llevaba un bañador largo de color azul, una camiseta blanca y un sombrero. Tenía el cabello castaño claro y estaba muy bronceado. También estaba leyendo y parecía concentrado. Se tapaba los ojos con unas gafas de sol, igual que yo, aunque las suyas parecían bastante más caras.
Lo observé durante un rato. Él pareció darse cuenta y levantó la cabeza para mirarme. Se quitó las gafas de sol y me sonrió. Tenía unos preciosos ojos color miel. El corazón empezó a latirme con fuerza y me sobresalté. Dudé qué hacer durante un momento, pero mi cuerpo reaccionó por mí y le devolví la sonrisa.
El chico colocó un marca páginas en el interior del libro, lo cerró y se levantó. Cogió su coca-cola y se acercó hasta mi mesa.
-¿Te importa si me siento contigo?
-Claro que no-aseguré, sintiéndome un poco tonta. Era bastante guapo, la verdad. No una belleza cegadora, pero había algo especial en él.
-Me llamo Miguel. ¿Y tú?
-Sandra.
-Un nombre precioso.
-Gracias-mi sonrisa se hizo más amplia y tuve que ocultarla bebiendo un poco de batido-. El tuyo también es bonito.
Miguel se rió y se tiró un poco del cuello de la camiseta, abanicándose.
-Hoy hace mucho calor, ¿no crees?
-La verdad es que sí. Es una de las peores tardes de todo este verano.
-¿Eres de aquí?
-Sí-reí.
-¿En serio? No lo parece-bromeó, divertido y sorprendido.
-Debo de ser una de las pocas chicas de la zona que no está morena. Gajes del oficio. Y tampoco es que pueda tomar mucho el sol.
-¿Y eso?
Estiré las piernas y me levanté la falda larga que llevaba por encima de las rodillas para enseñárselas. Mi pierna derecha estaba adornada por cuatro cicatrices desde la rodilla hasta el tobillo. No eran demasiado grandes, aunque la de la rodilla resultaba bastante vistosa.
-¿Pierna rota?
-Sí-reí-. ¿No serás médico?
-No. Pero mi padre sí. ¿Qué te pasó?
-Un capullo en contramano-sonreí, rodando los ojos.
-Joder. Lo siento mucho.
-No pasa nada. Fue hace dos años. Pero no puedo tomar aún el sol en las piernas, así que prefiero mantenerme alejada del sol. Y aunque lo tomara, no me broncearía. Soy demasiado blanca.
-Es cierto que pareces del norte. Eso está bien. Alguien diferente entre la multitud.
Su respuesta me sorprendió agradablemente. Volví a beber y él me imitó. Lo cierto es que no debería estar hablando con él, pero había resultado ser un chico muy agradable.
-¿Qué leías?-inquirí, para continuar escuchando su bonita voz.
-Sinsajo, de Suzanne Collins. Es un libro genial.
-¡A mí me encantó! Acabé el tercero hace poco.
-La historia es muy buena. Hacía años que un libro no me enganchaba de esa forma.
-¿No te ha dado pena el final?
-Aún no he llegado ¿Tú lloraste?-rió.
-¡No!-respondí, en el mismo tono-Bueno, quizás un poco. ¡Era horrible! ¡Como si todo su esfuerzo al final hubiera sido en vano! Pero no pienso decirte nada. No quiero desvelártelo.
-¡Eso, eso!
Continuamos hablando de los libros que nos gustaban hasta perder la noción del tiempo. El sonido de mi móvil nos devolvió a la vida real: era mi prima la que llamaba.
-¿Qué ocurre, Cleo?
-¡Emergencia! ¡No sé qué ponerme esta noche! ¿Tú que vas a llevar puesto!
-Lo cierto es que no tengo ni idea, no me acordaba de que habíamos quedado.
-No irás a dejarme tirada, ¿verdad?
-Por supuesto que no. ¿Qué hora es?
-Las ocho y veinte-me contestó Miguel.
-Gracias-murmuré, antes de volver con la conversación.
-¿San? ¿Eso era un chico? ¿Al que yo no conozco?
-¡Shh! ¡Luego te cuento! ¿A qué hora habíamos quedado?
-A las diez en casa de María.
-Allí estaré. ¡Hasta luego!
-¡Adios, rubia!
Colgué y me disculpé con Miguel.
-Me ha encantado nuestra conversación, pero tengo que irme.
-No te preocupes, pero no puedes marcharte sin darme tu número. Te lo prohíbo-bromeó. Me reí. Ni siquiera tendría que haber empezado a hablar con él, así que qué más daba.
Nos intercambiamos los móviles y recogí mi bolso y mi libro. Nos levantamos y él se acercó a mí. Me dio un beso en la mejilla, volvió a ponerse las gafas de sol y me lanzó una sonrisa deslumbrante.
-Nos vemos, Sandra. 
-Chao.
Lo observé alejarse. Vaya culo, Dios mío. Suspiré y me giré. Si no me daba prisa llegaría tarde a casa de María y Cleo no me lo perdonaría en la vida.    

jueves, 1 de marzo de 2012

Cita a ciegas


El café es oscuro y pequeño. De fondo se escucha un rock and roll de los ochenta que hace que le entren ganas de bailar. Laura marca el ritmo con el pie. Bebe de su café y mira el reloj. Su acompañante llega 10 minutos tarde y está nerviosa. Tiene ganas de marcharse. Decide esperar 5 minutos más. Si no llega, se irá.
Cuanto solo quedan unos segundos, un chico joven se acerca hasta su mesa. Jadea. Ha llegado corriendo al local.   
-¿Eres Laura?
Ella asiente con la cabeza, asombrada. Sonríe levemente.
-¿Y tú Mario?
Él repite su gesto y la sonrisa de Laura se ensancha. La camarera se acerca y Mario pide un café con leche y un vaso de agua. Se gira para mirarla y se sonríe al ver su expresión.
-¿Te ha hecho gracia mi aparición estelar?
-Sí, un poco. Me ha recordado a una persona que conozco.
-Ah, ¿sí? ¿Cómo se llama?
-No lo sé. Lo conocí por internet y solo utilizamos seudónimos.
-Clara ya me había contado que te encanta chatear.
-Y a mí me dijo que tú también te pegas todo el día pegado al ordenador.
La camarera llega con las bebidas de Mario. Él las agradece, coge la taza y da un sorbo tras señalar a Laura con ella.
-Touché.   
Laura sonríe y sacude la cabeza en un gesto negativo.
-No sé si deberíamos haber aceptado esta cita. ¿No te parece ridículo?
-¿Por qué? ¿Tan feo soy?-comenta Mario, agarrándose la camisa en un gesto teatral. Ella ríe.
-¡No, no! No me refería a eso. Es solo que… No sé… Es… Extraño.
-No voy a negarte que es un poco incómodo, pero podemos pasarlo bien-Mario saca la cartera, saca un billete y lo deja sobre la mesa-. Vamos. Yo invito.
Mario le tiende la mano a Laura. Ella duda, pero la toma y salen juntos del local.
-¿Qué te apetece hacer? ¿Te gusta el cine?
-Mucho. Sobre todo las películas de terror.
-¿En serio? Yo las odio. Las encuentro… Desagradables.
-¿Un hombre como tú asustado de un bichito de mentira?-Laura ríe-¿Qué tipo te gustan? ¿Las comedias románticas?
-Pues sí, lista.
Laura se para de repente. Mario la mira con una ceja alzada, extrañado.
-¿Ocurre algo?
-¿Tu película favorita es Poderosa Afrodita, de Woody Allen?
Mario se vuelve hacia ella con los ojos muy abiertos.
-Sí. ¿Cómo lo has adivinado?
-Mi película favorita es El Resplandor y odio la saga de Paranormal Activity. Adoro el helado de chocolate con menta y me encantaría vivir en Nueva York algún día.
Mario se lleva las manos a la cabeza y suelta una carcajada.
-¡No me jodas! ¡¿Eres Nono-Nono26?!
-¡Y tú MinyMouse25!
Ambos se miran durante un momento sin creerlo y, de repente, empiezan a reír como locos.
-No me lo puedo creer-consigue decir Mario-.¡Eres una tía!
-Y tú un tío. No me lo hubiera esperado en la vida. ¿Por qué te haces pasar por una chica?
-Es divertido. ¿Por qué finges ser un chico?
-Porque es divertido. Y porque los tíos de los chats son muy, muy, muy pesados.
-Cuando se lo contemos a Clara no se lo va a creer.
-Ni en un millón de años. Pensará que estamos locos.
-Bueno, al menos esta cita a ciegas no será tan mala, ¿no crees?
-La verdad es que acaba de volverse muy interesante-sonríe Laura, acercándose de nuevo a Mario.
-Y como ahora que sé quién eres, Nono-Nono, estoy seguro de que querrás que veamos la nueva de Johnny Depp, ¿no es cierto?
-Qué bien me conoces, MinyMouse25. Qué bien me conoces.