Bueno, queridos lectores. Aquí os dejo con una nueva historia a la que llevaba dándole vueltas un tiempo. ¡Espero que os guste!
No suelo salir sola. No porque
me disguste; simplemente me da demasiado tiempo para pensar. Cuando lo hago,
procuro ir siempre escuchando música. Me resulta tan necesaria como respirar. Y
a la vez la odio. El 90% de las canciones me gustan porque tienen algún
significado para mí. Cuando lo pierden o es non grato, adiós canción. La de
veces que me habrá pasado.
Era una calurosa tarde de
verano. Había estado aburriéndome como una ostra en mi casa. No había nadie con
quien salir, así que decidí aventurarme yo sola. Había cogido un autobús y
ahora estaba en una terraza junto a la abarrotada playa. Había mucho ruido a mi
alrededor, una algarabía de sonidos que me relajaba. El batido helado se me
estaba derritiendo, pero no me importaba. Estaba en un momento interesante del
libro que había llevado y no podía apartar los ojos de las páginas.
Diez minutos después lo cerré,
sonriente. Al fin lo había terminado. Una buena historia, como las que a mí me
gustaban. Coloqué la pajita entre mis labios y sorbí el refrescante líquido. Se
agradecía con aquella temperatura.
Al levantar la mirada vi un
chico en una de las mesas del bar de al lado. Llevaba un bañador largo de color
azul, una camiseta blanca y un sombrero. Tenía el cabello castaño claro y
estaba muy bronceado. También estaba leyendo y parecía concentrado. Se tapaba
los ojos con unas gafas de sol, igual que yo, aunque las suyas parecían
bastante más caras.
Lo observé durante un rato. Él
pareció darse cuenta y levantó la cabeza para mirarme. Se quitó las gafas de
sol y me sonrió. Tenía unos preciosos ojos color miel. El corazón empezó a
latirme con fuerza y me sobresalté. Dudé qué hacer durante un momento, pero mi
cuerpo reaccionó por mí y le devolví la sonrisa.
El chico colocó un marca páginas
en el interior del libro, lo cerró y se levantó. Cogió su coca-cola y se acercó
hasta mi mesa.
-¿Te importa si me siento
contigo?
-Claro que no-aseguré,
sintiéndome un poco tonta. Era bastante guapo, la verdad. No una belleza
cegadora, pero había algo especial en él.
-Me llamo Miguel. ¿Y tú?
-Sandra.
-Un nombre precioso.
-Gracias-mi sonrisa se hizo
más amplia y tuve que ocultarla bebiendo un poco de batido-. El tuyo también es
bonito.
Miguel se rió y se tiró un
poco del cuello de la camiseta, abanicándose.
-Hoy hace mucho calor, ¿no
crees?
-La verdad es que sí. Es una
de las peores tardes de todo este verano.
-¿Eres de aquí?
-Sí-reí.
-¿En serio? No lo
parece-bromeó, divertido y sorprendido.
-Debo de ser una de las pocas
chicas de la zona que no está morena. Gajes del oficio. Y tampoco es que pueda
tomar mucho el sol.
-¿Y eso?
Estiré las piernas y me
levanté la falda larga que llevaba por encima de las rodillas para
enseñárselas. Mi pierna derecha estaba adornada por cuatro cicatrices desde la
rodilla hasta el tobillo. No eran demasiado grandes, aunque la de la rodilla
resultaba bastante vistosa.
-¿Pierna rota?
-Sí-reí-. ¿No serás médico?
-No. Pero mi padre sí. ¿Qué te
pasó?
-Un capullo en
contramano-sonreí, rodando los ojos.
-Joder. Lo siento mucho.
-No pasa nada. Fue hace dos
años. Pero no puedo tomar aún el sol en las piernas, así que prefiero
mantenerme alejada del sol. Y aunque lo tomara, no me broncearía. Soy demasiado
blanca.
-Es cierto que pareces del
norte. Eso está bien. Alguien diferente entre la multitud.
Su respuesta me sorprendió
agradablemente. Volví a beber y él me imitó. Lo cierto es que no debería estar
hablando con él, pero había resultado ser un chico muy agradable.
-¿Qué leías?-inquirí, para
continuar escuchando su bonita voz.
-Sinsajo, de Suzanne Collins. Es
un libro genial.
-¡A mí me encantó! Acabé el
tercero hace poco.
-La historia es muy buena.
Hacía años que un libro no me enganchaba de esa forma.
-¿No te ha dado pena el final?
-Aún no he llegado ¿Tú lloraste?-rió.
-¡No!-respondí, en el mismo
tono-Bueno, quizás un poco. ¡Era horrible! ¡Como si todo su esfuerzo al final
hubiera sido en vano! Pero no pienso decirte nada. No quiero desvelártelo.
-¡Eso, eso!
Continuamos hablando de los
libros que nos gustaban hasta perder la noción del tiempo. El sonido de mi móvil
nos devolvió a la vida real: era mi prima la que llamaba.
-¿Qué ocurre, Cleo?
-¡Emergencia! ¡No sé qué
ponerme esta noche! ¿Tú que vas a llevar puesto!
-Lo cierto es que no tengo ni
idea, no me acordaba de que habíamos quedado.
-No irás a dejarme tirada,
¿verdad?
-Por supuesto que no. ¿Qué
hora es?
-Las ocho y veinte-me contestó
Miguel.
-Gracias-murmuré, antes de
volver con la conversación.
-¿San? ¿Eso era un chico? ¿Al
que yo no conozco?
-¡Shh! ¡Luego te cuento! ¿A
qué hora habíamos quedado?
-A las diez en casa de María.
-Allí estaré. ¡Hasta luego!
-¡Adios, rubia!
Colgué y me disculpé con
Miguel.
-Me ha encantado nuestra
conversación, pero tengo que irme.
-No te preocupes, pero no
puedes marcharte sin darme tu número. Te lo prohíbo-bromeó. Me reí. Ni siquiera
tendría que haber empezado a hablar con él, así que qué más daba.
Nos intercambiamos los móviles
y recogí mi bolso y mi libro. Nos levantamos y él se acercó a mí. Me dio un
beso en la mejilla, volvió a ponerse las gafas de sol y me lanzó una sonrisa
deslumbrante.
-Nos vemos, Sandra.
-Chao.
Lo observé alejarse. Vaya
culo, Dios mío. Suspiré y me giré. Si no me daba prisa llegaría tarde a casa de
María y Cleo no me lo perdonaría en la vida.