martes, 19 de julio de 2011

Cocinera cocineraaa

Éste es un pequeño relato que hice para un concurso, pero al final no lo presenté. Era un concurso gastronómico de un restaurante de mi ciudad, pero no sabía si encajaba demasiado bien en las bases, así que... Se quedó en el cajón, jeje. ¡Espero que os guste! 
¡Buen provecho! ^ ^


Sonia caminaba arriba y abajo en el saloncito de su pequeño apartamento de alquiler. Cavilaba sobre qué podía hacer para celebrar su sexto aniversario con Marco. Seis años de novios y cada vez le costaba más trabajo sorprenderlo. Por eso precisamente estaba tan preocupada.
No era que fueran mal en su relación, sino todo lo contrario. Estaban con la mudanza a un piso que compartirían y por ello andaban tan liados que apenas tenían tiempo para hacer algo juntos.
Había hablado con los novios de sus amigas, con su padre, con su hermano… ¡Incluso con algún que otro compañero de trabajo para saber qué regalarle! Y hoy era el día especial y seguía sin tener nada.
Suspiró de nuevo y se dejó caer con pesadez sobre el sofá, aunque volvió a levantarse enseguida con un gritito porque se había clavado el mando de la televisión. Ésta se encendió y dio la casualidad de que estaban echando el programa de Carlos Arguiñano, lo que encendió una lucecita en su cabeza que la hizo sonreír ampliamente.
Sin molestarse en apagarla corrió al ordenador-que también estaba encendido-y comenzó a buscar en Internet alguna receta que pudiera servirle. Pronto encontró un plato principal y un postre que le parecieron perfectos. Seguro que Marco se quedaría impresionado.
Se vistió con rapidez y con lo primero que encontró tras apuntar la lista de lo que necesitaría y bajó al supermercado a comprarlo. Tras picar un poco como almuerzo, sacó todo de las bolsas y desparramó el contenido por la encimera. Se puso el delantal y se lavó las manos concienzudamente. Ahora estaba lista para empezar.
Sabía que sería muy complicado llevar a cabo su objetivo, porque no era demasiado buena cocinando que digamos, pero iría tranquila y seguiría los pasos al pie de la letra. Estaba decidida a lograrlo.
-Muy bien-dijo en voz alta para sí misma y para animarse-. Tengo los macarrones, el pollo asado que hizo mi madre ayer, el jamón, los huevos, la crema de leche, el queso rallado, el caldo de pollo de la sopa, la mantequilla, el aceite, la harina, la sal y la pimienta. Todo eso para la comida. Y luego para el postre, el chocolate, el azúcar glas, los huevos que ya están y la leche. Perfecto.  
Puso el primer cazo en el fuego y comenzó a derretir la mantequilla. De momento la cosa marchaba. Luego añadió la harina y el caldo con la sal y la pimienta. Lo dejó hacerse durante diez minutos, en los que controló cada pocos segundos el reloj, mientras en otra cacerola iba cociendo la pasta. Picó la carne y la mezcló con la pasta y la bechamel, las yemas de tres huevos, la crema de leche y el queso. Untó la fuente grande que tenía con mantequilla y lo llenó con todo. Lo cubrió con más salsa y lo metió en el horno.
-Bueno, hasta ahora ha ido sobre ruedas, pero no debo confiarme. Aquí dice que tengo que dejarlo trece minutos para que se gratine, pero como tengo que hacer el postre, bajaré la potencia del horno para que tarde más. Sí, eso haré-dudó un momento-. O tal vez no se puede… ¡Bah! ¡Da igual! Lo intentaré de todos modos y si veo que va mal lo arreglaré enseguida.
Sintiéndose feliz porque le parecía tocar el éxito con los dedos, decidió empezar a preparar el postre.
Ralló el chocolate y lo colocó en un cazo nuevo con la leche y lo derritió al baño María. Con mucho esfuerzo separó las claras de las yemas de los cuatro  huevos y añadió las yemas al chocolate junto con el azúcar glas. Lo removió hasta que consiguió una mezcla homogénea y lo dejó a parte para batir las claras a punto de nieve. No tenía batidora, así que tuvo que hacerlo de forma manual y tardó mucho más de lo esperado. Lo mezcló todo de nuevo cuando creyó que ya era suficiente y lo vertió en unos bonitos moldes.
Justo cuando iba a meterlo en el frigorífico notó el olor a quemado. Asustada, se giró de golpe con un gritito de horror y al precipitarse hacia el horno para salvar la comida resbaló con un poco de agua, cayendo cual larga era.
Y con ella cayó el postre.
-¡No!-lloriqueó, mientras se estiraba para apagar el horno-¡No es justo!
Abrió la puerta del electrodoméstico para ver el estropicio y lo sacó con cuidado, procurando no mirar el chocolate del suelo. Estaba destrozado. Maldecía el estar tan resfriada que la nariz se le había taponado totalmente. ¡Por culpa de eso no se había dado cuenta antes del desastre! Y estaba tan concentrada con las malditas claras al punto de nieve que no había prestado atención.
Dejó la bandeja en la encimera con brusquedad y no se dio cuenta de que la ponía justo encima del paquete de harina. Una nube blanca la envolvió por un instante y la hizo toser. Cuando pudo volver a abrir los ojos se vio blanca desde la raíz del pelo hasta la cintura.
Abatida, se sentó en el suelo mientras las lágrimas corrían por su cara empolvada. Miró la hora y, para su pesar, vio que no le quedaba tiempo para hacer nada más. Debía recogerlo todo si quería preparar aunque fuera algo en el microondas, ducharse y arreglarse… ¡Y Marco estaba a punto de llegar! Iba a ser algo horrible, ya que ni siquiera le había comprado un pequeño regalo.
-No tendría que haberme puesto a cocinar, lo sabía. Siempre acabo mal cuando lo intento. ¡Tenía que ocurrírseme hoy! Si es que…
Llamaron al portero y se levantó a abrir con pesadez. Preguntó quién era, a pesar de que ya lo sabía, y obviamente acertó.
Cuando Marco la vio en la puerta toda manchada de chocolate y harina, llorosa y desanimada, sintió que su propio humor se esfumaba. Había llegado allí silbando entre dientes, y ahora no le apetecía nada de eso.
Aun así, no pudo evitar hacer un pequeño chiste sobre su aspecto.
-¿Qué estabas haciendo, Sonia? ¿Jugar a las geishas?
-No tiene ninguna gracia, Marco-replicó ella con voz seca y temblorosa.
-Lo siento, mi vida, pero ya sabes que no puedo evitarlo. Ahora en serio, ¿qué ha ocurrido?-inquirió, entrando tras ella y cerrando la puerta a su espalda. La siguió hasta la puerta de la cocina y silbó ante el espectáculo.
-Yo… Yo…-comenzó titubeante, y luego no pudo parar de hablar-No sabía que regalarte, le pregunté a todos los chicos que conozco, pero ninguno me dio una idea que realmente me gustara. Tú sabes, un viaje o algo de eso habría estado guay, pero no tengo suficiente dinero para ello. Entonces me caí sobre el mando de la tele, y estaba Arguiñano con su “sano, sano y rico, rico” y sus chistes y pensé: “¿Por qué no cocino algo que seguro le encantará? ¡Así le daré una gran sorpresa!” Pero yo no sé cocinar, ¡aunque tenía que intentarlo porque cada vez me cuesta más sorprenderte! Llevamos tanto tiempo juntos que no sabía… Y podías aburrirte de mí… Y… Y yo no quiero que pase eso. Y…
-Para, Sonia, para-la cortó, cogiéndole el rostro con las manos y acercándose a ella-. Es suficiente. 
-Vas a mancharte y vienes muy guapo-susurró, como una niña pequeña. Su novio rió. Le encantaba cuando se ponía así, cuando ponía morritos.
-No me importa en absoluto-la besó con suavidad y dulzura para calmarla, y cuando sintió que se había relajado se separó de ella. Notaba la nariz y la boca manchada, y supo que así era porque Sonia se rió con ganas.
-Te lo dije.
-Bueno, igual que yo ahora te digo que te metas enseguida a ducharte. ¡Vamos!-la apremió, con una sonrisa en los labios y empujándola hacia el baño.
-Pero tengo que recogerlo todo…
-¡A la ducha!
-¡A sus órdenes, mi coronel!
-Así me gusta, soldado.
Sonia se metió en el baño riendo y Marco pudo escuchar su risa hasta que el grifo se encendió. Entonces se volvió hacia la cocina y se quitó la camiseta con un suspiro. No quería manchársela.
-Bueno-susurró-. Manos a la obra.

Cuando Sonia acabó de arreglarse casi una hora después-se llevó un buen rato quitándose la harina del pelo, que había formado una pasta- se llevó una gran sorpresa al ver a Marco sentado en el sofá con expresión concentrada mientras leía unos folios con atención. Pero lo que más la sorprendió y agradó fue que la cocina estaba perfectamente limpia. No le dio tiempo de agradecérselo cuando él levantó la vista y le dedicó una media sonrisa, pícaro:
-Macarrones Maître d’hotel y mousse de chocolate. ¿En qué estabas pensado? ¿Es que acaso no existen las buenas tortillas de patatas? ¿Le tienes manía al gazpacho, o qué?
-¿Quieres que te repita la perorata de antes?-sonrió ella a su vez. La ducha la había relajado y ahora se sentía con los nervios suficientes como para aceptar que su idea no había salido tan bien como ella esperaba. Lo de antes había sido un ataque histérico injustificado. Pero a veces le daban, qué se le iba a hacer.
-Mejor no-rió él. Dio unos golpecitos en el sofá, a su lado, indicándole que se sentara. Ella lo hizo y se lo quedó mirando a los ojos.
-Bueno, ¿y ahora qué?
-¿Cómo que ahora qué?
-¿Qué vamos a hacer? ¿Salir a cenar por ahí o qué? Te recuerdo que lo mío ha sido un desastre. Te debo, como mínimo, una invitación a tu restaurante preferido.
-No seas boba, ya me he encargado de todo-el portero volvió a sonar y la joven alzó una ceja, inquisitiva.
Marco se levantó y pasó sobre ella, dándole un beso en la coronilla, y fue a abrir. Cuando regresó fue acompañado de una gran pizza tamaño familiar.
-Guau.
-Ya ves. Cuatro quesos. Tu favorita.
-No deberías…-empezó, pero él la silenció con un beso.
-Deja que mime un poco a mi chica, por favor.
-Bueeeeeeno. Vaaaaaale. Si tu lo diiiiices.
Marco rió mientras iba a por las servilletas, unos platos y dos copas.
-¿Y eso?
-Para la primera parte de mi regalo. Un magnífico vino de reserva.
-Ummmm. Me encanta.

Un rato después se encontraban tumbados en el sofá, abrazados y con una copa en la mano. Ya quedaba poco del vino, que habían bebido entre los dos, y nada de la pizza salvo un par de bordes. A pesar del alcohol se sentían perfectamente lúcidos mientras se besaban sin prisas, con amor. Deteniendo el tiempo.
Se separaron para coger aire y Sonia preguntó en voz baja y un poco infantil:
-Oye, ¿y cual era mi otro regalo?
Marco sonrió y se incorporó un poco, arrastrándola con él. Comenzó a buscar algo en el bolsillo trasero de su pantalón, pero no llegaba bien y Sonia se apartó un poco para dejarle más libertad de movimiento. Él sacó la mano cerrada en un puño y se la mostró.
-Aquí está-aseguró. Ella enarcó una ceja, desconfiada, y él uso el pulgar de la misma mano para recorrérsela y que la relajara, volviendo a su expresión inocente de siempre. Entonces abrió la mano y Sonia pudo ver un fino anillo de oro, liso pero sin embargo hermoso. Luchó por mantener la boca cerrada, ya que sentía que se le había descolgado la mandíbula. Tuvo éxito, pero no en ocultar que su corazón había empezado a latir a mil por hora. Sus cuerpos estaban demasiado unidos para eso.
-E-es muy bonito-atinó a decir. Él rió, a sabiendas de lo que le estaba pasando por la cabeza.
-Lo siento mucho si alguna vez has pensado que me aburriría de ti, o que no me sorprendes. Lo haces cada vez que te veo, aunque sea con pequeñas cosas. Y seguro que lo seguirás haciendo hasta que seamos muy, muy viejos.
>Dime, ¿quieres casarte conmigo? 

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