martes, 23 de abril de 2013

Duty


Juro que encontraré al asesino de mi padre y haré justicia. Lo juro sobre su tumba y la de todos mis ancestros. No descansaré, no tomaré esposo ni tendré hijos, no tomaré el trono que es mío por derecho ante los dioses hasta que el traidor haya sido ajusticiado y pague por sus pecados.

Recordaba perfectamente cada una de las palabras de aquel juramento pronunciado con lágrimas en los ojos hacía ya más de una década, cuando no contaba más de esa edad y la rabia y el dolor me devoraban.
Ahora, en esa fría noche de finales de marzo, deseaba con todas mis fuerzas tragarme mis palabras.
No había sido capaz de ordenar que lo encerraran en las mazmorras, a pesar de que era lo que se esperaba de mi. Se lo debía a David. Había apostado guardias en la puerta de sus aposentos y bajo su ventana para evitar que huyera, aunque realmente me hubiera gustado que pasase.
Había despedido a los centinelas de la entrada y les había ordenado esperar al final del pasillo para poder tener algo de intimidad. Llevaba cerca de una hora allí, con la mano sobre el pomo, deseando encontrar las fuerzas necesarias para abrir aquella maldita puerta blanca de molduras doradas.  
En un momento el metal desapareció de entre mis dedos y levanté la cabeza para mirarlo.
-¿Vas a entrar?-me preguntó con voz suave. Tragué saliva y caminé los tres pasos que cruzaban el umbral. Él cerró a mi espalda. Seguí avanzando y me dejé caer sobre la cama, agotada. Él tomó asiento frente a mí, en la silla de su escritorio.
-No lo entiendo, Marco. De verdad que no lo entiendo
-No hay nada que entender, Elisa. Fue hace mucho tiempo.
-Pero ¿por qué?
-¿De verdad te haría sentir mejor la respuesta?-lo miré, sorprendida. El cabello oscuro le caía sobre la frente y tenía los ojos hundidos y la piel más pálida de lo normal. También había rastros de barba en sus mejillas, lo nunca visto, ya que solía ir perfectamente arreglado. Marco siempre había sido un don Juan y verlo en aquel estado oprimía un poco más los trocitos de mi corazón-Y si te dijera-continuó, en un susurro, con la mirada perdida en el suelo-. ¿Y si, por ejemplo, te dijera que no era un buen rey, que estaba arruinando a la gente, que el pueblo no lo quería y que alguien debía hacer algo? ¿Y si te dijera que no lo hice por iniciativa propia, que solo cumplía órdenes? ¿Cambiaría eso algo?
-¡Claro que sí!-exclamé, poniéndome en pie de un salto-. Si alguien te mandó hacerlo debes decírmelo. ¡Eso te eximiría de toda culpa!
-Por supuesto que no lo haría, Elisa. Eso no cambia el hecho de que la espada que atravesó su garganta era la mía. Eso no limpiará mis manos de su sangre. Además, también podría decirte que lo hice por iniciativa propia, que lo maté porque quise, fuera cual fuera mi motivación. ¿Entonces qué excusa tendríais para salvar mi vida?
-Estoy segura de que no lo mataste por motivos egoístas, Marco-afirmé, rotunda, arrodillándome frente a él y tomando su cara entre  mis manos-. Te conozco desde que tengo uso de razón, sé cómo eres y sé que nunca, jamás harías algo así sin una razón de peso. Sé que nunca me harías pasar por semejante dolor a sabiendas.
-Por supuesto que no, mi princesa-me sonrió, trémulo, besándome la mano-. Siento mucho habértelo ocultado, pero era demasiado joven y no quería morir.
-Sigues siendo joven. Aun puedes casarte, tener hijos y vivir feliz.
-No, eso es algo que nunca existirá para mí. Pero sí está escrito en tu destino y en el de mi hermano.
-¿Por eso te delataste?-susurré, con el nudo de mi garganta creciendo por momentos.
-David y tu merecéis ser felices y no podía seguir alargando lo inevitable.
-Marco, yo-sollocé.
-Shh Tranquila, preciosa-me consoló, abrazándome con fuerza-. No te sientas culpable por cumplir con tu deber. El tener un cargo, el tener poder, siempre conlleva una carga. Si no fueras quien eres y no yo fuera quien soy, tal vez podrías perdonarme y yo saldría indemne. Pero seguimos siendo quiénes somos y hemos de mantener nuestros juramentos, sino, ¿qué nos quedaría?
-La libertad de poder decidir.
-Serás una buena reina. Espero que vivas mucho tiempo, y que la era de prosperidad que vendrá contigo se prolongue durante generaciones.
-¿Cómo seré una buena reina si no soy capaz de mostrar misericordia?
-No se trata de misericordia, mi princesa. Se trata de honor, de cumplir la palabra dada. Si no muero, tus súbditos creerán que no cumplirás las promesas que les hagas, no confiarán en ti y necesitas desesperadamente que lo hagan, porque tu poder reside en ellos. El pueblo te hace ser quien eres, no un estúpido derecho divino. Jamás lo olvides.
-¿Entonces no hay otra posibilidad? ¿No hay forma de evitar esto?
-Mi destino lo sellé con sangre hace mucho tiempo, pero puedes evitar situaciones similares en el futuro. Cuida tus palabras, Elisa, porque son el instrumento más poderoso que existe. Ni las armas, ni la rabia, ni el dolor o el amor. Tan solo la inteligencia y las palabras bien empleadas.
Me incorporé lentamente, destrozada. No quería mirarlo, no podía mirarlo sabiendo que moriría por mi error. Por su error. Ni siquiera sabía muy bien quién era el culpable.
Me dirigí hacia la puerta y la abrí. Era mucho más fácil salir que entrar.
-Vendrán a recogerte al alba.
-Te veré allí. Ojalá no tuvieras que estar presente.
-Ojalá tu tampoco tuvieras que estarlo.


Llovía. Los nubarrones grises cubrían el cielo. Había sido un cambio repentino del tiempo, ninguno esperábamos esas inclemencias y los toldos tuvieron que ser montados sobre la marcha, aunque los asientos ya estaban mojados para entonces. Hacía frío y la incomodidad se fundía con el tenso silencio que nos rodeaba. David apretaba mi mano bajo la capa mientras esperábamos bajo una cornisa a que llegaran los miembros del jurado. Su pulgar acariciaba el dorso de mi mano suavemente.
-No me odies, por favor-le supliqué. Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera tragármelas. Él alzó mi barbilla para mirarme a los ojos. Tenía el pelo mojado a pesar de que llevábamos capa y sus ojos estaban tristes, pero me sonrió con dulzura.
-No podría hacerlo aunque quisiera. Lo que va a pasar hoy no es culpa tuya, no pienses eso. Marco hizo lo que hizo y ya está. Debe pagar por ello, por muy doloroso que resulte. Tengo tantas ganas de que se salve como tú, pero ambos sabemos-se le quebró la voz y cerró los ojos, agónico. Me pegué a él y lo abracé. Él me respondió estrechándome con fuerza entre sus brazos. Nos miramos un momento y me besó con lentitud y firmeza. Luego posó su frente en la mía y nos quedamos así durante los dioses saben cuánto tiempo.
Los miembros del jurado, formado por representantes de los tres estamentos, fueron llegando poco a poco a la hora indicada. Todos tenían un aspecto un poco sucio y demacrado, nada que ver con la magnificencia que mostraban normalmente. La pompa les había sido arrebatada por el agua que caía, indolente.
Aquellos que formaban el consejo de la reina también tomaron asiento y no pude evitar fijarme en la silla vacía, justo a mi lado, correspondiente a Marco. Pronto tendría que elegir a otro que ocupara su posición.
Solo quedábamos David y yo por colocarnos. Nos adelantamos agarrados de la mano. Sabía que no era políticamente correcto, pero necesitaba su apoyo o me derrumbaría por completo. Dejé que un criado me quitara la capa cuando estuve bajo el toldo y ante todos apareció mi vestido, de un color blanco inmaculado. La gente me miró con asombro, pero también vi aprobación y leves sonrisas de apoyo. El blanco era el color del luto, no apropiado cuando yo era la que firmaría la sentencia de muerte, pero perfectamente acorde con las circunstancias y el lazo que nos unía. David también vestía un jubón y calzas del mismo color.
Tomamos asiento, él a mi derecha, y poco después trajeron al acusado. David me apretó la mano bajo la mesa y yo respondí a su gesto. Ojalá pudiera abrazarme en este momento.   
Marco nos miró un momento y sonrió débilmente. La lluvia le corría por el rostro y le empapaba la ropa. Incluso con tan mal aspecto, no lo abandonaba aquella seguridad, aquella elegancia que siempre lo había caracterizado. Casi no podía respirar por el dolor que sentía en el pecho.
El juicio fue rápido, Marco aceptó los cargos y no intentó defenderse o inculpar a otra persona. La sentencia fue la esperada. Ahora me tocaba determinar a mí de qué forma se llevaría a cabo.
Me levanté, rodeé la mesa que se extendía frente a mí y me acerqué hasta Marco. Saqué un frasquito y lo puse entre ambos. Él me miró y sonrió mientras colocaba su mano alrededor de la mía, rodeando el recipiente de cristal. Nos quedamos así un momento y entonces me derrumbé.
Las lágrimas afloraron a mis ojos como hacía días que no lo hacían y lloré, lloré sobre su hombro durante largo rato, más fuerte de lo que nunca había llorado. Él me abrazó, consolándome con tantas otras veces había hecho. Besó mi pelo mojado y acarició mi espalda.
-No quiero que mueras-susurré en su oído, con el hilo de voz que me quedaba.
-No siempre podemos obtener lo que queremos, mi princesa-me respondió, en el mismo tono. Me besó en la frente y me miró a los ojos. Me pareció ver lágrimas en ellos, pero la lluvia era tan fuerte que no supe si era eso o las gotas de agua que rodaban por su cara.
No lo solté mientras abría el frasco y se lo llevaba a los labios. Apreté sus brazos con más fuerza cuando bebió. No respiré durante los dos segundos que tardaron en fallarle las piernas y lo sujeté contra mi cuerpo cuando cayó de rodillas al suelo,
-Él te quería-musitó, con la voz ahogada y los ojos muy abiertos, mirándome con fijeza. Tuve que esforzarme para oírlo.
-Por supuesto que lo hacía, era mi padre-respondí, perdida ante sus palabras.
-No de esa forma
Y expiró. 

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