viernes, 28 de diciembre de 2012

La foto


Esta allí sentada. Sola. No lleva un libro en las manos. No hay ninguna maleta a su lado.  No está escuchando música con feos auriculares de plástico negro en sus oídos. No habla con nadie. Solo mira, desesperada.
Está allí sentada, sola, con las piernas firmemente apretadas y las manos cerradas sobre el regazo. La espalda recta, el pelo suelto. La mirada triste, vacía mientras espera. Cuando llega el tren se levanta rápidamente, nerviosa y mira con ansiedad las caras que suben y bajan. ¿Qué es lo que busca?
Siempre trae con ella una foto que se marchita, se desgaja poco a poco. En ocasiones la mira y los ojos se le llenan de lágrimas que nunca se derraman. Entonces sonríe un poco y se la ve hermosa, joven. Brillante como una estrella moribunda.
Un día llegó un tren diferente. Ella se levantó, como cada vez, pero esta vez se adelantó, esperanzada. Sabía, como solo se saben algunas cosas en el corazón y no en la cabeza, que era el tren indicado.
La gente descendió presurosa sin mirarla, ignorándola como ya era habitual. Más allá bajó su persona especial. De nuevo aquella vieja sonrisa tan amarga y dulce. La vi correr, por primera vez en todo aquel tiempo, como si se le fuera la vida en ello.
Tocó su hombro con suavidad, no le hizo falta ni una sola palabra. El ancianito se volvió, lento, quejumbroso, sorprendido al verla. Ella le tendió la foto. El hombre no pudo evitar soltar aquellas lágrimas que a ella le faltaban al ver su contenido.
Se alejaron de allí, abrazados. Ella con una maleta en la mano y él de nuevo joven, ligero de espíritu y renovado. 

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