La trompeta de ritmos latinos marcaba un rápido compás en mi
pecho. Esperaba, con aquella pajita entre los labios, los dedos fríos, la
cabeza caliente, a que se produjera el milagro. Una pareja mayor, sonriente,
pasó por delante de mí en dirección a la pista. Qué felices parecían.
Incontrolablemente, mis labios se alzaron por la comisura derecha, así que bebí
un poco más para deshacer el encantamiento.
Jugué con la pajita entre los labios, mordiéndola con los
dientes, sorbiendo lentamente. Un joven demasiado avispado se me quedó mirando,
el cigarro entre los labios, el pelo engominado y la pose chulesca típica de
aquellos garitos.
-Buenas noches, princesa-me susurraste al oído, en lo bajo
de la espalda y en el centro de mi cuerpo. Otra vez la puta comisura. La lengua
se me fue sola y sorbí más fuerte, como si eso fuera capaz de devolverme a la
realidad. Tu brazo envolvió mi torso, rozaste mis pechos con tu mano y gemí
casi imperceptiblemente. Volví la cabeza para poder verte y tu boca atrapó la
mía. Fue el beso más suave que había recibido por tu parte desde que nos habíamos
conocido. Fue como si me abandonaran las fuerzas, como si dejara de ser
completamente yo y pasara a ser en parte tú, pero sin tenerte. Sabiendo que no
era posible.
Me clavaste aquella intensa mirada, cazándome entre tus
redes un segundo antes de desvanecerte. Te materializaste de nuevo frente a mí
y me tendiste la mano. Esta vez sí. Esta vez estaba preparada.
Dejé mi vaso de agua con hielo sobre la mesita y agarré tus
dedos, más fríos incluso que los míos, mientras descendía del taburete.
Serpenteamos hasta llegar al centro de la pista y nos quedamos parados,
mirándonos. La gente nos vio y se apartó. La música cambió a un tango. Nos
colocamos suavemente en posición. La piel se me erizó allí donde me tocabas.
Todo me parecía un sueño. Me movía lentamente, como si
nadara en almíbar. Los movimientos eran tan fluidos que parecía que lo
hubiéramos ensayado. La coordinación era total, era mi pareja. Él lo supo
también en cuanto dimos el primer paso. Sus ojos se habían abierto un poco más
de lo normal durante un instante y su comisura también se había alzado. La
derecha.
Después perdí la noción del tiempo, del espacio. Solo sentía
sus manos sobre mí. El vaivén de nuestros cuerpos.
Terminó tan rápido que casi no lo pude creer. Me separé con
un suspiro a dos milímetros de su boca, con un esfuerzo sobrehumano y las
lágrimas ardiéndome tras los párpados. Me giré mientras comenzaba la nueva
canción, volvía a estremecerme con aquella tos y dejé que la multitud me
engullera. Recogí mi chaqueta con tanta brusquedad que tiré el vaso y estalló
en mil añicos. Salí a la calle sin parar de toser, intentando coger aire. El
ritmo en mi pecho era demasiado brusco, demasiado desacompasado.
Caí de rodillas antes de que pudiera dar dos pasos en el
frío noviembre.
-¿Princesa?
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