martes, 5 de junio de 2012

No podía dejar de mirarte fijamente. Tu piel morena, tu gesto de concentración. Aquel ceño fruncido y tus manos grandes, sujetando el libro con fuerza. Mi corazón golpeaba fuerte contra las costillas, casi doliéndome. Los dedos se me agarrotaban y no dejaba de arrugar mi falda una y otra vez entre los puños, intentando tranquilizarme.
Me levanté con brusquedad del banco, con movimientos rígidos. Crucé la distancia que nos separaba a grandes zancadas, a pesar de que no era mucha. Te arranqué el libro de las manos y me miraste, sorprendido. Me senté a horcajadas sobre tus piernas, tiré aquella historia por la borda, agarré tu cara y te besé con fuerza. No te lo creías al principio. Yo tampoco. Ambos estábamos tensos, pero enseguida me relajé. Tu me seguiste dos segundos después. Tu boca cobró vida, igual que tus manos, que rodearon mi cintura.
Sacudí la cabeza, intentando deshacerme de aquellas imágenes que me moría por hacer realidad. Pero mi cuerpo no respondía, era como si una barrera me separase de ti. Me levanté despacio y volví a colocarme las gafas de sol. Apreté el asa de mi bolso con fuerza y me dispuse a marcharme. Tu levantaste la mirada y la trabaste con la mía, aunque no pudieras verla. Me sonreíste y creí morir. Te devolví el gesto y me fui caminando, muerta de vergüenza, pero con la sensación de haber ganado una pequeña batalla.
-¡Ey! ¡Espera!
Frené en seco. Pasaste corriendo por mi lado. Me cortaste el paso. Yo te miraba embelesada, sin creerme aún que me hubieras hablado. Respirabas un poco agitado y tu camisa se agitaba con el movimiento. Qué guapo estabas, por Dios.
-Mi nombre es Álvaro. ¿Me darías tu número de teléfono? Siempre te veo ahí sentada, pero no me he atrevido a decirte nada antes. Por favor...-me pediste, con una media sonrisa y un rotulador en la mano. Tragué saliva con fuerza, me quité las gafas de sol y asentí con la cabeza, con una trémula sonrisa. Cogí el rotulador que me tendías y te escribí mi móvil en la mano que me tendiste. Mis dedos rozaron tu piel suave y contuve un gemido. Las manos me temblaban. Tu me la cogiste cuando terminé y me la apretaste suavemente. Te agachaste sobre mí y me besaste la mejilla.
-Te llamaré. Te lo prometo. Solo dime tu nombre.
-Dana-tus ojos brillaban y yo me había perdido en ellos-. Me llamo Dana.
-Hasta mañana, Dana.
Me soltaste, pasaste a mi lado y caminaste en dirección contraria a la mía con tu libro bajo el brazo. Me giré de golpe y te grité:
-Espero tu llamada. De verdad.
Me miraste con una sonrisa y asentiste.
-Por supuesto.
Luego continuamos nuestros caminos. Sentía el alma más ligera. Como si estuviera llena de aire.
Apenas había puesto un pie en casa cuando mi móvil sonó.

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