domingo, 17 de abril de 2011

Ojalá se lo hubiera llevado con él.

Sé que este fragmento es un poco largo, pero os aseguro que os gustará.... Al menos eso espero ;D Solo pediros que comentéis y me digáis qué os parece. ¡Ah! Os recomiendo que lo leías escuchando Speechless de The Veronicas y Cut, de Plumb. Aquí tenéis los enlaces: 
http://www.youtube.com/watch?v=XAv1Dk7hogw y http://www.youtube.com/watch?v=OJkqkWIpFAI 



Entonces mi fachada se derrumbó. Aquello no estaba en el guión, pero toda esa masacre que se estaba desarrollando ante mis ojos hacía que las piernas me temblasen. No podía hacer nada por mis compañeros, debía mantenerme firme, igual que siempre había hecho. Por ello me habían encomendado esta misión, porque sabían que la llevaría a cabo hasta el final y porque muy pocos tenían motivos tan fuertes como yo para desear la muerte de los Godbersen.
Observé, entre aterrorizada y fascinada, las ejecuciones que estaban llevando a cabo los Vipers. No podía creer aquella ceremonia tan macabra y obsoleta, a la par que vengativa y cruel. Docenas de nuestros agentes eran conducidos desde un pasillo subterráneo a la superficie, donde aguardaban para ser ahorcados uno a uno. Había muchísimos. ¿Cómo era posible que tantos hubieran sido desenmascarados? Definitivamente, alguien estaba pasando la información y había precipitado los acontecimientos. Creía haber averiguado quién era, pero aún no estaba del todo segura. ¿Qué cómo era posible que a mí no me hubiera reconocido? El jefe se había encargado perfectamente de que su estrategia final no presentara cabos sueltos y muy pocos estaban al tanto de mi existencia y de mi misión. Eso me llevaba a preguntarme si no habría previsto todo aquello y por eso había tomado las precauciones necesarias. Pero si era así… ¿Por qué no había hecho nada para evitarlo?
Me encontraba en un palco cercano y desde el que se veía todo perfectamente junto a mi recién estrenado marido. Se suponía que tendría que estar disfrutando del banquete de bodas, pero mientras Darren comía como un cerdo, yo sentía que si algo traspasaba mi boca vomitaría todo lo que había ingerido durante mi vida entera. La única que parecía compartir mi desagrado era mi nueva suegra, la señora Godbersen.
-¡Dios santo, Richard! Mira la cara de nuestra pobre Diana! No deberías haber celebrado un acontecimiento del calibre de la boda de mi hijo con un espectáculo tan macabro. ¡Estamos en el siglo XXI! Además, si te limitaras a fusilarlo, todo iría mucho más rápido.
Por un momento había tenido la esperanza de que estuviera de mi lado, al menos todo lo que cabía esperar, pero resultaba obvio que no. Los comensales hicieron comentarios en tono jocoso, pero fui incapaz de entender lo que dijeron Mis ojos seguían clavados en la horca. Estaban descolgando a una chica joven, no mayor de 16 años. La había visto un par de veces en el gimnasio e incluso había peleado con ella. Acababa de ingresar hacía poco en el cuerpo y era hija de uno de los altos cargos, asesinado hacia tiempo en una escaramuza. Tenía potencial y era muy alegre. Ahora, todo eso se había perdido.
-Es obvio que mi dulce Diana es muy sensible a este tipo de cosas-me tomó de la mano, la besó y me miró a los ojos, sonriente, pero con una pizca de malicia en los suyos-. Pero no te preocupes, querida, pronto te acostumbrarás y, cuando quieras darte cuenta, estarás disfrutándolo. Aunque-añadió, esta vez hacia el resto de comensales- es una lástima que no podamos hacerlo más a menudo. Es divertido ver a los que suplican.  Y gracias a Johanson, dentro de poco no habrá más rebeldes que exterminar. Un brindis por míster Johanson.
No me quedó más remedio que alzar la copa de vino y aproveché para mirar a Johanson con atención. Memoricé su rostro para poder encargarme de él más tarde. Sería el primero en caer. Lo juraba. Todos gritaron “¡Salud!”, aunque mi voz se apagó cuando volví la cabeza un segundo y nuestros ojos se cruzaron. La imagen me golpeó como un mazazo y sentí que todo el calor me abandonaba de golpe, dejándome como un carámbano de hielo. La copa se deslizó entre mis dedos, que se habían quedado sin fuerzas, y fue a estrellarse en la mesa. Las gotas de vino salpicaron mis manos y mi vestido y el preciado líquido se extendió por el mantel con rapidez. Lancé un grito involuntario segundos antes de llevarme las manos a la boca para silenciarlo.
-¡NO!
Aquella palabra se alzó, fuerte y clara, poderosa, por encima de los presentes y todo quedó en silencio. Mi corazón latía desbocado y las piernas casi no me sostenían por el temblor que se había apoderado de mi cuerpo. Él no. Cualquiera menos él. No podía morir, y mucho menos de aquella forma.
En cuestión de milésimas de segundo, por mi mente pasó una sucesión de imágenes grabadas a fuego. Recordé el brillo seductor de su mirada  y su media sonrisa, dulce y pícara, extraña. El tacto áspero y el toque suave y delicado de sus manos, el agradable peso de su cuerpo sobre el mío… La fuerza de su boca, la firmeza y seguridad que me proporcionaba y su olor mezcla de perfume caro y sudor. Recordé la primera vez que lo vi: fue en un bar de mala muerte, al que solía acudir de vez en cuando si no me apetecía estar en casa. Yo estaba en la barra, fumando y bebiendo un whisky, perdida en mis pensamientos. Mi compañera había muerto aquella tarde. Él se acercó a mí con su pose segura y su ropa de chico malo. Nunca olvidaré su mirada complacida y ligeramente sorprendida desde el suelo, tras haberlo tumbado de un contundente puñetazo. No estaba de buen humor. Dos días después me lo presentaron como mi nuevo compañero. Nunca supe si nuestro anterior encuentro había sido planeado por él mismo o si solo se había tratado de una casualidad.
No sabía cuándo había empezado a enamorarme de él. Quizás mi admiración hacia sus logros había precipitado el cambio de mis sentimientos después de que me salvara. O tal vez habían cambiado cuando lo observaba fumar a oscuras en mi salón, recortado contra la luz de las farolas que entraba por la ventana, tras una buena sesión de sexo y mi baño de las tres de la madrugada. Ahora podía afirmar que aquello no era más que una forma de escapar de sus brazos, que siempre habían estado abiertos para mí.
No me había prodigado en muestras de cariño precisamente tras la noche en que mi familia fue asesinada. Nuestra relación había sido extraña desde el principio y me resultaba devastador lidiar con mis sentimientos ahora que todo había llegado al final. Ahora que estaban a punto de ponerle la soga al cuello y que yo me había casado con la persona que más odiaba en el mundo para salvar a mi gente, cuando era obvio que no quedaba demasiado que salvar.
-¿Qué has dicho?-preguntó mi esposo con cautela. Todos me miraban y yo no sabía qué hacer por primera vez desde hacía mucho tiempo. No tuve más remedio que usar la táctica que me había prometido no volver a utilizar jamás, pero es que me encontraba en una situación desesperada.
-A él no, Darren, por favor-supliqué, con un hilo de voz.
-¿Por qué no? ¿De qué lo conoces?-me espetó, cogiéndome con fuerza por el brazo. Reprimí una mueca de dolor. Él parecía confuso, dolido y enfadado, todo a la vez, e incluso podía ver algo de miedo en sus ojos.    
-Es un viejo amigo de la infancia. Siempre le tuve mucho cariño, por eso te pido que le perdones la vida. ¡No lo matéis, por favor!-pedí, dirigiéndome a todos y a ninguno en particular. Mi voz estaba ronca por la angustia.
-¿Sabías que pertenecía a los otros?-escupió, con el odio reflejado en la última palabra.
-¡No!-me apresuré a asegurar. Que mi corazón actuara a la desesperada no significaba que mi cabeza hubiera dejado de funcionar-. Hacía años que no lo veía, pero lo he reconocido por sus ojos. Siguen siendo iguales que cuando era niño, estoy segura de que es él. Michael Payne-añadí, mientras lo miraba a los ojos, que permanecían impasibles-. Estoy segura de que es un buen hombre. Al menos, si queda algo del niño que yo conocí. ¡Darren, por favor!
Darren Godbersen se relajó notablemente, pude notarlo en el brazo que me sujetaba, y me acercó a su cuerpo de un suave tirón. No tenía fuerzas para resistirme y coloqué las manos sobre su pecho para darme apoyo y para que sirvieran también de barrera. Mi cabeza no paraba de oscilar entre uno y otro. Darren me cogió la barbilla y me obligó a mirarlo a los ojos. Clavó los suyos en mi cara y me pareció que el contacto quemaba.
-Verás, corazón. No puedo perdonarlo, es el enemigo. El chico que tu conociste no es más que un recuerdo, y ahora el hombre en el que se ha convertido tiene que morir-me explicó, como si yo fuera medio tonta. La verdad era que en esos momentos me sentía un tanto espesa, las palabras tardaban en llegar a mi cerebro y ser procesadas. Me revolví en cuanto tomé conciencia de sus palabras, parpadeando confusa y enredándome con la falda de mi vestido de novia. Me tambaleé un momento y respondí con fuerza y frustración.
-Una vez me dijiste que los odiabas porque mataban a los tuyos. Dijiste que esa era tu razón para aplastarlos. ¿Pero acaso no estás actuando como ellos al asesinar a los suyos? Todas estas personas-señalé con el brazo hacia la hierba y la fila de hombres y mujeres que me miraban con sorpresa por mi defensa-tienen familia, amigos, ¡una vida! ¡No son más que soldados que hacen lo que sus superiores les ordenan! ¡Igual que haces tú con tu gente! ¿No sería mejor ir contra la jerarquía y dejar al resto en paz?
Sabía que me estaba arriesgando con mis palabras, pero no se me ocurría otra cosa que decir.
-Diana, mientras los soldados, cómo tú los llamas, sigan en pie, esto nunca acabará. Porque ellos lucharán, igual que hacemos nosotros, sí. Se defenderán y se vengarán, igual que nosotros. Tienen familia y amigos, igual que nosotros, pero eso no les impide matarnos cuando tienen la oportunidad. Mataron a mi padre y a mi hermana pequeña cuando solo era una niña de 10 años. Intentarán matar a mis hijos. Seguirán dando caza a mi familia y a mi clan, igual que han venido haciendo hasta la fecha. Y ahora que nos hemos casado harán lo mismo contigo. Estás en peligro,  -había hablado con tono contenido pero a la vez dureza, dejándome boquiabierta, sobre todo cuando sus ojos se ablandaron al mencionarme. Se acercó más a mí y me cogió la cara entre las manos, con dulzura- y no pienso dejar que te hagan daño, jamás- se agachó sobre mí y me besó con ligereza. Me horrorizó que Michael viera eso, pero es que sentía que mis pies estaban clavados en el suelo-. Si ahora mismo lo liberara, no dudes en que intentará hacerte daño en cuanto tenga la oportunidad. No se parará a pensar en vuestra anterior relación, ni siquiera te agradecerá que le hayas salvado la vida. Tan solo te verá como una Godbersen más, te verá como mi esposa, y Dios sabe qué podría hacerte para herirme a mí también.
Lo miré un segundo, aterrada, y él me devolvió una mirada seria y apesadumbrada. Volví mis ojos de nuevo hacia Darren. Parecía cansado.
-Por favor…-susurré una última vez, de modo que solo él pudo oírme. Notaba las lágrimas humedecer mis ojos-. Así no…
De nuevo se hizo el silencio, y entonces Darren suspiró.
-Está bien.
Sin creerlo aún me volví hacia Michael, que me devolvió una mirada cargada de sorpresa, aunque dos segundos después su rostro se demudó.
Fue todo tan rápido que tardé varios segundos en reaccionar. Una explosión cerca de mi oído me privó de dicho sentido por un momento. La bala disparada por Darren estalló en su pecho, abriendo una flor encarnada. El impacto lo hizo caer hacia atrás sobre la tarima de madera y a mí me pareció verlo a cámara lenta.
-¡Michael! ¡MICHAEL!-chillé, con las lágrimas bañando mis mejillas como no me hacían desde hacía años. Quise correr hacia él para abrazarlo, para besarlo y devolver la sangre y la vida a su cuerpo. Pero un par de brazos fuertes me sujetaron y me arrastraron lejos, cada vez más lejos de allí.
-Era la única opción, lo único que podía hacer por él. Considéralo un regalo de tu parte, ha sido una muerte rápida-intentó excusarse en voz queda, pero yo casi ni lo escuché.
Vi como lo arrastraban hasta la carreta en la que iban siendo apiñados los cuerpos mientras no dejaba de gritar y llorar, desesperada y rota. Casi no tenía fuerzas para resistirme y dejé que Darren me cogiera en brazos y me llevara a mi habitación en la casa. Me dejó allí, sola, y se marchó sin decir ni una palabra. Yo me dejé caer junto a la cama y miré mis manos y mi vestido con impotencia. A través de la niebla de mis lágrimas vi el rojo del vino, que parecía su sangre sobre mi piel, y el negro de la pólvora de la pistola disparada a centímetros de mi cuerpo.  
Ojalá se lo hubiera llevado con él. 

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