miércoles, 16 de noviembre de 2011

Bibiana y los libros

Como mi amiga la Cuki ;) me ha pedido que ponga algo pronto, y como aún estoy en sequía o demasiado ocupada como para escribir algo nuevo y genial (xD) he decidido enseñaros un poco mis orígenes. Este pequeño cuento lo escribí con doce años más o menos, es decir, cuando aún era una mocosa que no tenía ni idea de lo que era escribir. Por aquel entonces solo había escrito cuatro chorradas y media para las clases de lengua, y aún así era muy poco. Esto fue lo primero que terminé. Lo mandé a un concurso en Sevilla, algo pequeñito(woh woh woh xD) y gané mi categoría ^ ^ Estaba suuuper feliz. Y he de deciros que el premio fue una agenda y una caja de lápices de colores de Kukuxumuxu xD Ah! Y un diploma del que estoy suuuper orgullosa y que aún mantengo colgado en mi pared. 
Y ahora, sin más dilación, aquí os dejo este pequeño relato. ¡Disfrutadlo!



Bibiana o Bibi, como queráis llamarla, era una niña normal y corriente. Tenía siete años cuando le ocurrió esto y hacía las cosas propias de su edad. Siempre vestía de rosa o celeste, su rubio pelo siempre estaba peinado en una trenza o una coleta de caballo y un lacito a juego con su vestido; le encantaban las princesas, las barbies y jugar a las casitas tanto como odiaba los bichos y las demás cosas “asquerosas” que los niños de su clase hacían. Era muy lista y sus padres siempre estaban encantados de sus buenas notas. Era buena y obediente y siempre ayudaba a su madre cuando le pedía algo. Hacía sus deberes y era brillante en todo. Lo único que no se le daba bien era la lectura. Odiaba leer. Siempre que la obligaban a hacerlo lo cumplía, aunque a desganas. Lo hacía perfectamente pero, simplemente, no le gustaba hacerlo.
Cuando iba a ser su cumpleaños, Beatriz y Bernardo, sus padres, les regalaron un libraco enorme, de estos que tiene mil y una historias como las que contaba Sherezade. No le gustó, aunque lo disimuló muy bien.
Después de la fiesta se fue a dormir. Sus padres insistieron en que leyera un poco antes de dormir su nuevo libro. Lo hizo, de mala gana, pero obedeció. Empezó a leer el primer cuento aunque a la mitad se durmió. Sus padres entraron a darle las buenas noches pero, al encontrarla así pusieron el libro en la mesita de noche y apagaron a luz; le dieron un beso de buenas noches en la frente y la arroparon bien. Sus papás se acostaron un rato después.
Bibi se movió en su cama buscando una posición más cómoda. La ventana estaba abierta y una estrella muy brillante relucía en el cielo iluminando su rostro. De repente, el libro empezó a brillar tanto como el lucero y se abrió en un suave aunque seco golpe.
La obra la absorbió sin que sus padres (ni ella) se percataran.
Bibiana despertó. Había mucha luz y no podía dormir iluminada. Se encontró tumbada en la hierba, que tenía un intenso color esmeralda. Los árboles eran altos y majestuosos. A su lado había un camino de flores. Lo siguió y caminó durante una media hora hasta llegar a un castillo precioso. Era de cristales de colores, no tenía muralla y en sus jardines cargados de flores jugaban todos los personajes que pudiera imaginar. En el cielo azul sin nubes volaban y jugaban más personas imaginarias.
El sendero seguía a través de los jardines y ella continuó. A su alrededor había hadas,  gnomos, duendes, faunos, centauros y muchos animalillos más. Había princesas y príncipes, unicornios y animales parlanchines. También sirenas y tritones en un enorme estanque de aguas cristalinas que jugaban con peces de colores. Jugando con estos había personajes de cuentos como la Cenicienta, Ricitos de Oro y los tres Ositos, la Bella Durmiente, Blancanieves y los Siete Enanitos, Peter Pan, el Rey León,  la Sirenita, Caperucita Roja,  Robin Wood, el Libro de la Selva, Pocahontas, la Bella y la Bestia...
Claro, que como no había leído sus historias, no sabía quienes eran. Jugó toda la noche con ellos y al día siguiente se despertó muy contenta.
Lo primero que hizo al levantarse fue coger el libro y ponerse a leer. Se moría de curiosidad por conocer a todos los personajes de su sueño y saber sus historias. Sus padres, extrañados al ver el brillo de felicidad que había en los ojos de su hija le preguntaron qué le había ocurrido. Ella se lo explicó con un timbre de emoción en la voz pero, como los mayores no entienden a los niños, no la creyeron. Ese sueño o aventura, no sabía bien que había sido, la había cambiado para siempre.        

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