viernes, 30 de diciembre de 2011

Tonta enamorada 8. Capítulo final.

Bueno, os dije que antes de que acabara el año os dejaría el último capítulo de Tonta Enamorada. Y aquí está, recién salido del horno. Me hubiera gustado ponerlo antes, pero he tenido unos pequeños problemillas. Han sido unas semanas bastante interesantes. Pero bueno, espero que os guste el resultado y, si es así, sería maravilloso que compartierais con vuestra gente esta pequeña historia que con tanto cariño ha salido de mi corazón. 
Espero que os guste el final y sin nada más que añadir... ¡Feliz Navidad y próspero año 2012!



El día de la boda fue mucho más duro de lo que me esperaba. Estrené vestido nuevo, cosa que no hacía desde mucho tiempo antes. Yo quería que fuese negro, pero mi padre se negó rotundamente y tuve que conformarme con aquel violeta oscuro.
Habían pasado seis meses desde mi desafortunado descubrimiento. Mi padre y Caroline habían alquilado una nueva casa, una más grande, en la que viviríamos los cuatro. Ella y Dan se habían mudado ya allí y mis cosas también habían sido trasladadas, pero me había negado a irme de mi casa hasta después de la boda.
Tampoco había visto a Dan desde entonces. Nos habíamos evitado deliberadamente. Pero aquel día nos era imposible librarnos. A mí me obligaron a ser la dama de honor, por lo que no tuve que sentarme con él en la Iglesia. No oí ni una sola palabra de la ceremonia hasta aquellos “sí quiero” que para mí fueron como una sentencia al patíbulo. Nunca había tenido nada en mi vida, no había pedido nada y sentía que todo lo que pudiera haber deseado alguna vez me lo habían arrebatado con aquella simple frase.  
En el convite nos separaban dos únicas sillas: las de los recién casados. Yo no hablé demasiado durante la comida, pero Dan no pronunció ni una palabra. Cuando nuestros padres se levantaron para bailar lo miré un momento de reojo. Estaba muy guapo con aquel traje de pingüino.
Mi padre me interrumpió poco después y me sacó a bailar con él. Caroline hizo lo mismo con su hijo. Ambos nos resistimos, pero acabamos cediendo a regañadientes. Mientras sonaba aquel vals cruzamos nuestros ojos sin querer y el corazón se me detuvo en el pecho durante un breve instante.
La canción terminó, pero antes de que pudiera escaparme Caroline me cogió de la mano y me arrastró hacia donde estaba su hijo.
-Katy, ya conoces a Dan. Me gustaría que hablarais un poco, estoy segura de que os caeréis muy bien. Sois muy parecidos.
Unos invitados la reclamaron en aquel momento y tuvo que marcharse, pero sus dulces palabras siguieron en el ambiente un rato más. Nos quedamos mirando el suelo, sin saber qué decir, hasta que Dan me preguntó:
-¿Bailamos?
Acepté, a sabiendas de que si lo hacíamos no podríamos hablar. Y bailamos durante todo la noche. Toda la música que nos pusieron. Desde un vals hasta la música actual. A veces más pegados y otras casi sin tocarnos. Acabé derrotada, excitada y con ganas de salir corriendo, pero conseguí pasar toda la velada con él sin necesidad de entablar conversación. Tan solo cruzamos un par de palabras mientras bailábamos “Love me tender”, de Elvis.
-Estás preciosa esta noche.
-Muchas gracias.
Esas cuatro palabras me habían puesto la piel de gallina y habían estremecido hasta la última fibra de mi ser. No me había mirado a los ojos al decirlo, pero su voz había sido suave, ronca y temblorosa. La voz que yo amaba. Y había dejado caer la cabeza en su hombro, suspirando, mientras la música nos envolvía.
Ahora estaba en mi cama, completamente despejada. Mi padre y Caroline habían decidido invertir todo el dinero de la luna de miel en la nueva casa, aunque yo había mantenido la esperanza de que se fueran en el último momento, para así poder estar más tiempo en mi antiguo hogar. Pero no había sucedido y me había pegado dos horas tumbada en la cama con los cascos puestos, escuchando música.
Ahora todo estaba en silencio y no podía dormir. Sentía la presencia de Dan al otro lado de la pared y eso me ponía nerviosa y triste. La opresión que se había instalado en mi pecho seis meses atrás no había disminuido y en aquellos momentos era mucho más intensa. Tanto, que casi me ahogaba.
Casi sin pensar lo que hacía salí de la cama con cuidado. Salí al pasillo y me paré frente a la puerta del cuarto de Dan. Dudé un momento y miré hacia el final del pasillo, donde estaba la habitación de nuestros padres. Suspiré sin hacer ruido y entré, cerrando tras de mí.
Entraba luz por la ventana. Escasa, la de las farolas un poco más lejos. El silencio era sepulcral. Junto al rectángulo de luz estaba la cama. Me paré junto a ella y miré a Dan. Pude ver que tenía los ojos abiertos en la oscuridad. Sus ojos brillaban. Se apartó un poco y me metí dentro con él.
Sus brazos me recibieron cálidamente. Apoyé la cabeza en su hombro y dejé que me reconfortara con su presencia. Su aliento en mi oído me ponía la piel de gallina y la mano que había colocado en mi cintura me acariciaba suavemente. Yo solo llevaba una camiseta ligera y las bragas y él estaba completamente desnudo de cintura para arriba. Levanté la cabeza para mirarlo y acaricié su mandíbula con los dedos. Él trabó sus ojos con los míos y me besó. Todo mi cuerpo reaccionó ante aquel beso y me pegué más a él. Rodeé su cintura con mis piernas y él me abrazó fuertemente, acoplando su cuerpo al mío. Fue un beso profundo y dulce, aunque fue tornándose ansioso. Pero no tanto como los momentos de pasión de los que habíamos disfrutado con anterioridad. Sabíamos que era la última vez y queríamos que durara para siempre.
Minutos después sus labios abandonaron los míos para recorrer el camino que ya habían hecho sus manos. Jadeábamos suavemente, intentando no hacer ruido mientras nos entregábamos el uno al otro. Sus manos eran ligeras y su roce como el de las alas de una mariposa. Me gustaba y me hacía desear más.
Ya casi había olvidado lo maravillosa que era su boca. Lo bien que me hacía el amor con ella. La habilidad de sus manos. Sorprendentemente, no tardé en llegar a mi primer orgasmo y él me acalló con sus labios para que no gritara. Mis gemidos se ahogaron en su boca mientras no dejaba de torturarme.
Luego llegó mi turno, pero no fue tan extenso como el suyo. Cada vez que se estremecía bajo mis caricias yo sonreía para mis adentros. Cada vez que su mano se cerraba más fuertemente sobre mi pelo, como si este fuera un ancla que lo mantuviera a flote, me sentía más enamorada de él.
De repente, me alzó y me colocó sobre sus caderas. Su boca buscó la mía con urgencia y me penetró con tanta fuerza que dejé escapar un pequeño quejido de placer que murió en su boca. Suerte que no había dejado de tomar la pastilla.
Esa noche estábamos más sincronizados que nunca. Nuestros cuerpos se movían al unísono, como si fueran uno solo. Como una ola que se riza sobre la superficie del mar y va creciendo, así fue aumentando el placer que sentía hasta hacerse doloroso e insoportable. Clavé mis dientes en su hombro y él gimió; aquel sonido exhalado junto a mi oído me proporcionó tal placer que volvió a llevarme al orgasmo, esta vez junto a él.
Dan y yo caímos enredados en la cama, agotados. Había sido tan intenso y dulce… Sentía el alma terriblemente desgarrada, pero lo encontraba un dolor dulce. Hacía seis meses que me lo preguntaba, pero ahora estaba segura. Todo había merecido la pena. El perderlo todo, el precio pagado… había sido justo. Tan solo por haberlo conocido. Tan solo por haber podido disfrutar de uno de sus besos, de una de sus caricias, de una de sus miradas, de uno de sus cigarros robados… Todo había merecido la pena por aquel delicioso momento de éxtasis que nadie más podría darme o arrebatarme. Había merecido la pena conocer a mi alma gemela aunque la perdiera.
Dan alzó la cabeza de mi pecho y me miró. Deslizó sus dedos por mi mejilla, limpiando mis lágrimas. Una de sus ojos calló sobre mi cara.
-Te quiero-me susurró.
-Te quiero-le contesté, en el mismo tono.
Me hubiera gustado dormir a su lado, pero sabía que no podía. No era correcto, así que salí con cuidado de la cama un rato después, recogí mi ropa, me vestí y regresé a mi habitación.
Me quedé dormida poco después. Al día siguiente comenzaba una nueva vida. Sería como vivir en un teatro constante y tendría que hacer el papel de mi vida.
Y estaba dispuesta a aceptar el protagonista.     

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