domingo, 18 de diciembre de 2011

¿Fragmento de una nueva idea?

Me di cuenta de que alguien me seguía cuando me quedaba poco para llegar a la residencia. Fue cuando miré hacia atrás y vi a un joven envuelto en sombras, junto a un árbol. Metió la mano en su chaqueta y vi el reflejo de una pistola.
Apreté el paso y comencé a correr tras doblar una esquina. El corazón me latía a mil por hora y, aunque no era especialmente religiosa, empecé a rezar todas las oraciones que me habían enseñado de niña.
Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta para sacar las llaves, pero las manos me temblaban tanto que se me cayeron al suelo. Solté una maldición entre dientes y me paré a cogerlas. El tío corría detrás de mí y se estaba acercando mucho. Ahogué un grito y me precipité hacia la puerta del edificio. Era tarde y la puerta principal ya estaba cerrada.
Por una vez tuve suerte y conseguí abrirla a la primera. Me precipité en el interior, pero el hombre de la pistola estaba tan cerca que no me paré a cerrarla de nuevo. Uno de mis compañeros de clase estaba entrando en el ascensor en aquel momento; me vio y me saludó con una sonrisa, reteniendo el aparato para que yo subiera. Lo hice de un salto y apreté compulsivamente el botón que hacía que las puertas se cerraran a la vez que la de la entrada se abría con un violento golpe. El desconocido disparó justo cuando las puertas se cerraban y yo grité y me agaché. Oí un gorjeo junto a mí y mi compañero cayó al suelo. Chillé con todas mis fuerzas cuando vi que estaba muerto.
Me alejé con lágrimas en los ojos hasta la esquina más alejada del cuerpo mientras el ascensor subía. Estaba empezando a sentir que me ahogaba. Necesitaba mi inhalador con urgencia.
Una chica que conocía de vista estaba parada delante del ascensor, esperándolo, justo cuando las puertas se abrían. Vio mi expresión de terror y el cuerpo en el suelo y abrió mucho los ojos, alejándose un par de pasos.
-No es lo que parece, yo no…-comencé, con voz temblorosa mientras intentaba salir, pero me paré en seco cuando la muchacha miró hacia las escaleras, al final del pasillo, y recibió otro impacto de bala. Volví a cerrar las puertas del ascensor y pulsé el botón que llevaba al sexto piso, el más alto. Allí estaba la lavandería y podría esconderme.
Sin pararme a mirar si había alguien cerca o no salté el cuerpo y, en cuando puse un pie en el suelo, corrí de nuevo hacia la sala de las lavadoras. Encontré un hueco entre dos de ellas, junto a una en funcionamiento, y me escondí allí. Estaba aterrada y, por suerte, el ruido de la máquina ahogaba mi fuerte respiración.
Estuve allí lo que me pareció una eternidad antes de que el programada de la lavadora finalizara. Y cuando quedó en silencio me tapé la boca con una mano, deseando que no se me oyera, porque yo acaba de oír unos débiles pasos en el parqué. Aguanté la respiración y cerré los ojos fuertemente un momento. Las lágrimas corrieron por mis mejillas.
Entonces apareció frente a mí. Alto y delgado. Completamente vestido de negro y con un pasamontañas. Intenté apretarme contra la pared, hacerme más pequeña, pero no podía escapar de la mirada de sus profundos ojos negros.
-Por favor, no me mates… Yo no he hecho nada… Por favor…
Él no se movió. Siguió mirándome fijamente, imperturbable, mientras yo balbuceaba palabras inconexas. Mi mano tanteó el suelo y descubrí junto a mí una caja de detergente en polvo. Miré el paquete un momento de reojo, de nuevo a él y, sacando fuerzas de donde no las tenía, le lancé el contenido a la cara.
El hombre retrocedió frotándose los ojos y dijo algo en un idioma que no entendí. Con un grito me tiré sobre él y lo desequilibré. Ambos caímos al suelo. Forcejeamos y le di una patada en la entrepierna. En ese momento conseguí quitarle la pistola y retrocedí unos pasos. Él se levantó también con una agilidad sobrehumana.
-¡No te muevas! ¡No te acerques!
Pero no me hizo caso y le disparé casi sin darme cuenta. El impacto le dio en el estómago, pero no pareció afectarle. Sorprendida, volví a disparar. Una y otra vez, pero el resultado era el mismo.
Al final, mis manos temblaban tanto que la pistola resbaló desde mis manos y cayó al suelo. Las lágrimas corrían por mi cara. ¡¿Cómo era posible?!
Otro hombre de unos treinta años, de pelo rubio y ojos claros apareció en la puerta. Por su porte parecía un militar.
-Ya basta, Anjai. Ya la has asustado lo suficiente. Has hecho un buen trabajo, pero debemos irnos antes de que nos encuentren.
El hombre se acercó a mí a grandes zancadas y yo me encogí sobre mí misma.
-No te preocupes, no vamos a hacerte daño.
-Pero sí él ha… -balbuceé.
-Solo ha matado a dos personas y eran peligrosas para ti. Toma, bebe esto, te hará sentir mejor y normalizará esa respiración tan fea-me tendió una cantimplora y bebí sin pensarlo. Era cálido como un té, pero su sabor era diferente. Mientras lo hacía continuó explicándome:-. Te estaba siguiendo porque ibas a ser atacada y ha evitado que te maten. Pero Anjai nunca ha destacado por su delicadeza, precisamente. Lamento que te haya asustado. Yo soy el general Mike Johnson, de la Orden.
-¿Pero quién iba a querer atacarme a mí, si se puede saber? ¡Es absurdo!-me encontraba mucho mejor tras ingerir aquel extraño líquido. Tan relajada que hasta se me empezaron a cerrar los ojos.
-Te lo explicaremos todo cuando lleguemos a la base. Hasta entonces…
No pude oír sus últimas palabras, puesto que caí en un profundo sueño.  

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