viernes, 25 de noviembre de 2011

Tonta enamorada 3

No soportaba estar encerrada en casa esa tarde. Me ahogaba entre esas cuatro paredes.
Me eché a la calle con la mochila al hombro. Iría a otro sitio a hacer los deberes. Pasé por delante de una cafetería, pero no llevaba dinero encima. Acabé encaminando mis pasos hacia el parque, aunque lo cierto era que no estaba demasiado segura de si de verdad quería ir hacia allí o no. Pero es que no había más opciones. Era eso o sentarme en medio de una calle con el ordenador.
Pasé por delante de aquel banco y me detuve a observarlo. Seguía igual que siempre, no había cambiado. Las mismas pintadas, el mismo desconchón en una de las esquinas y los mismos chicles pegados en la parte de abajo. Sonreí y me senté en él. Yo sí que había cambiado.
Saqué el portátil y continué redactando el trabajo que había dejado a medias. Cuando no llevaba más que unas cuantas palabras, vi por el rabillo del ojo como alguien se sentaba a mi lado.
-Hola, Katy.
-Hola, Dan-respondí, sin mirarlo.
-Esta vez no has tardado tanto en volver-rió. Yo lo miré.
-¿A caso me espías o qué?
-No. Pero suelo venir por aquí a menudo.
-Pues mira que bien-susurré, cortante.
Intenté concentrarme en el trabajo, pero no lo conseguí. Su presencia me distraía. Acabé por rendirme y cerré el portátil, aunque lo dejé sobre mis rodillas. Alcé la cabeza y, simplemente, me quedé admirando las maravillosas vistas. Toda la ciudad se vestía de gala para despedir al sol, sumido en un hermoso y purpúreo crepúsculo. Suspiré.
-¿Es que nunca tienes nada que hacer?
-No demasiado, la verdad-me contestó, con un encogimiento de hombros-. Prefiero no parar por casa.
-¿Y eso?
-Mis padres se están separando.
-Ah-musité, como si lo comprendiera, aunque la verdad es que nunca había vivido nada parecido.
-Hace meses que no veo a mi padre fuera de los juzgados y mi madre se pasa el día llorando. Está muy deprimida. Siempre ha sido muy sensible, una mujer débil-comentó. Yo pensé que era horrible que hablara así de su madre, aunque lo cierto era que sus palabras no transmitían ninguna mala intención. Más bien parecía... triste.
Sacó un cigarrillo del bolsillo de su chaqueta y lo encendió. Dio un par de caladas y me lo ofreció. Yo lo tomé.
- ¿Cómo es tu madre?-me preguntó, de repente, sorprendiéndome.
-No lo sé, no la conocí-admití, mientras le devolvía el cigarro-. Murió en el parto.
-Vaya. Lo siento mucho.
-No importa. Mi padre siempre ha sido muy bueno conmigo. Nunca he necesitado a nadie más.
-Mi padre siempre estaba de viaje. Creo que por eso no me importa demasiado que se haya ido definitivamente. Al fin y al cabo, no ha sido nadie en mi vida.
-Eso es muy cruel.
-No es cruel, es la verdad. Podría vivir perfectamente sin él-una nueva calada-. Solo mi madre es importante.
Expulsó el humo y observé, embelesada, las formas que dibujaba en el aire hasta desaparecer por completo. Ya casi había oscurecido.
-Debería irme a casa-comenté.
-Yo también-sonrió, sin mirarme. Tiró el cigarrillo a medias al suelo y lo pisó para apagarlo. Alzó la cabeza y contemplé su hermosa sonrisa partida- . Ha sido un placer volver a hablar contigo, Katy.
Le devolví la sonrisa desde mi posición sentada. Él se giró para marcharse, pero se detuvo un instante y me miró por encima del hombro. Lo observé con curiosidad. Entonces se giró por completo y colocó una mano en mi nuca, enredando sus dedos en mi pelo. Acercó su cabeza a la mía y me besó. Presionó sus labios sobre los míos con suavidad y yo le respondí de la misma manera.
Se separó de mi poco después. Nuestros alientos se entremezclaron en una nube de vaho. Dan tenía la nariz roja por el frío y sus ojos azules brillaban.
-Adiós-susurró.
-Adiós-me despedí, en el mismo tono.
Esta vez fui yo la que lo observó marcharse a paso rápido. Me quedé un rato más allí sentada, completamente desarmada y sin saber qué hacer. Opté por meter el ordenador en la mochila y salir del parque. Esa noche saldría a emborracharme. Lo último que necesitaba era pensar en algo más.

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