domingo, 27 de noviembre de 2011

Tonta enamorada 4

No volví al parque en una semana. Creo que estaba demasiado avergonzada, no lo sé. Al octavo día no aguantaba más. 
Dan ya estaba sentado en aquel banco, fumando y con una botella de cerveza a su lado. Me acerqué por detrás y me senté con las piernas al lado contrario de las suyas. Nos miramos de lado y él me sonrió. Yo le devolví el gesto y le quité el cigarrillo de los labios para darle una calada. El humo se perdió y volví a ponerlo en mi boca. Él rió entre dientes y sacó el paquete de su chaqueta para sacar uno nuevo para él. 
Hacía bastante frío y los dedos se me estaban quedando helados. El parque y, sobre todo, aquella colina, no eran especialmente indicados para encontrarse una tarde de invierno.
.¿Quieres?-me ofreció la cerveza y yo bebí, agradecida. Hacía bastante tiempo que no tomaba alcohol. Hubo una época en la que tenía que esconder una botella de vodka en mi habitación para poder dar un trago todos los días. Pero eso se había acabado hacía ya mucho. 
Lo observé mientras él tecleaba un mensaje en el móvil. Sus ojos no eran tan oscuros como había creído en un principio. El sol les confería un ligero tono de verde. Eran unos ojos muy bonitos. La verdad es que Dan no estaba nada mal. 
Dejó de mirar su teléfono y me sonrió antes de dar un trago a la botella.
-Es sábado. ¿Por qué no has salido con tus amigas? 
-No tengo amigas. Ni amigos. Ni nada parecido. 
-¿Y eso? 
-Es una larga historia. 
-Tengo tiempo de sobra para escucharla. 
Dudé. Nunca le había contado esto a nadie. Ni siquiera a mi padre. O al psicólogo. 
-Ya sabes, lo típico. Son todos unos capullos. 
-¿Tuviste problemas en el instituto? 
-¿Quién no los ha tenido?-reí- ¿Me vas a decir que tú no? 
-En absoluto. He dado más de una paliza. Y he recibido más de una-me respondió, en el mismo tono jocoso- ¿Qué problemas tenías tú? 
-Mi único problema eran los mierdas que había en mi clase. Todo fue bien hasta empezar el instituto. Entonces la gente decidió que era divertido joderle la vida a alguien y me tocó a mí. Pero no me importa. Ellos me hicieron tal y como soy. Hoy en día no me importa nada de eso. 
-Mentirosa-sonrió-. A todos nos importa, aunque no queramos reconocerlo. 
-¿Sabes? No he venido para que me psicoanalices, tío. 
-No lo pretendía. 
Nos quedamos en silencio casi cinco minutos. Seguimos fumando y bebiendo sin dirigirnos la palabra. Finalmente comenté, sin mirarlo:
-Unos hijos de puta me atacaron una tarde, cuando salía de clase. Llevaban pasamontañas, se habían preparado bien, así que no pude reconocerlos. Pero sabía que eran de mi clase. Estaba segura. 
-¿Qué te hicieron?-susurró. Lo miré a los ojos. Estaba serio por una vez desde que lo había conocido. Casi podía imaginar que estaba preocupado... por mí. 
Yo sonreí con tristeza. 
-¿Qué es lo que suelen hacer un grupo de tíos con una chica indefensa?
Le di una última calada al cigarro, incómoda, y lo tiré al suelo. Lo aplasté con el pie y me levanté, dispuesta a irme. Metí las manos en los bolsillos para protegerlas del frío y me volví una vez más antes de irme. Dan estaba de espaldas, así que no podía ver su expresión. 
-Gracias por el cigarro y la cerveza. 
-Ha sido un placer.   

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