lunes, 28 de noviembre de 2011

Tonta enamorada 5

El lunes volví al parque. Esta vez fui yo la que tuvo que esperarlo. Y fui yo la que le ofreció tabaco.
Hablamos de tonterías. Los programas de televisión que veíamos y nuestras películas favoritas. Yo adoro los libros. A él le gustan a medias. Yo detestaba la música. Él escuchaba de todo.
-Yo quería ser médico, ¿sabes? Ayudar a salvar vidas, lo típico.
-¿Y por qué no te metiste en la carrera?
-Porque la universidad hay que pagarla, y nosotros no tenemos ni un puto duro.
Me quedé en silencio. Mi padre era biólogo y nunca nos había faltado el dinero.
-¿Tú qué estudias?-me preguntó.
-Historia.
-Yo era incapaz de estudiarla en el instituto. Me costaba la vida aprobarla.
-Depende de como te la tomes. Yo prefiero mirarla como si fuera un cuento o una película. Así es más fácil y entretenida.
-Nunca lo había mirado de ese modo...-comentó, pensativo.
Nos miramos un momento en silencio. Estábamos muy cerca. Podía oler el aroma a colonia que desprendía. Sentía una presión en el pecho que casi no me dejaba respirar. Y deseaba que me besara. Igual que la otra vez.
Pareció leerlo en mis ojos porque un momento después se agachó sobre mí y unió sus labios con los míos. Rodeó mi cara con sus manos y me acarició la mejilla suavemente con el pulgar. Yo coloqué una mano en su pecho y pude notar que su corazón latía tan rápido como el mío.
Cuando nos separamos, sin aliento, un rato después, lo cogí de la mano y echamos a andar hacia la salida. Mi padre trabajaba hasta las ocho, lo que nos proporcionaba dos horas con la casa a nuestra total disposición.
No hablamos hasta llegar a la puerta. Y ni siquiera entonces. Pero cuando la traspasamos, Dan me agarró por la cintura y me apretó contra su cuerpo. Yo lancé mis brazos a su cuello y lo besé con desesperación. Notaba que se me iba a salir el pecho por la boca cuando me quitó el abrigo y él se deshizo de su chaqueta. Entonces pude notar perfectamente su cuerpo contra el mío, desde los fuertes aunque finos músculos de sus brazos y su pecho hasta el bulto en su entrepierna. Sentía que mi piel ardía allá en donde entraba en contacto con la suya.
Me cogió en brazos y me apretó contra la pared. Su lengua no dejaba de torturar mi garganta y mi oreja. Yo rodeé su cintura con las piernas y me moví contra él. Gimió y aproveché para tomar el control. Lo hice girarse y, esta vez, fue él el acorralado. Mordisqueé su barbilla, su cuello y sus hombros.
-¿Dónde...?-consiguió decir con dificultad.
-Arriba, la segunda puerta de la izquierda-murmuré contra su pecho.
Recorrió el corto camino hasta mi habitación sin soltarme. Mi cuarto era pequeño y oscuro, aunque ordenado. No nos molestamos en encender la luz. Todavía entraba algo de claridad por la ventana, la mayoría proveniente de las farolas.
Me tumbó en la cama y dejó caer parcialmente su peso sobre mí durante unos instantes. Su mano recorrió mi muslo y mordisqueó mi pecho por encima de la camiseta. Gemí.
Conseguí deshacerme de su camiseta. Se notaba que iba al gimnasio. Su cuerpo estaba completamente esculpido, aunque no de forma agresiva. Más bien natural, suave. Lo acaricié, maravillada.
Pero la tregua no duró demasiado. En seguida volvió a la carga y me quitó la camiseta y los pantalones. Me quedé semidesnuda frente a él, pero me apresuré a quitarle los vaqueros. Ahora estábamos en igualdad de condiciones.
Seguimos acariciándonos durante un buen rato hasta que sentí que estallaríamos si continuábamos de esa forma un minuto más.
Me arrastré como pude hasta la mesita de noche y abrí el segundo cajón. Él me besaba la espalda hasta casi llegar al trasero. Hacía rato que la ropa interior había sido olvidada por los dos.
Saqué un condón del paquete y lo abrí. Él se tumbó a mi lado y extendió la mano, pero negué suavemente con la cabeza y sonreí. Entonces procedí a ponérselo yo misma.
-Eres la primera mujer que conozco que hace eso-susurró, con esa sonrisa partida que me dejaba sin respiración.
Por toda respuesta le propicié una caricia que lo hizo estremecerse por entero. Volví a besarlo: esta vez era yo la que tenía el control. Me senté sobre sus caderas y dejé que me penetrara poco a poco. Era maravilloso sentirlo dentro de mí. Por una vez, era algo que de verdad ansiaba, que de verdad necesitaba.
Fue rápido e intenso. Y me dejó completamente agotada. Cuando me dejé caer a su lado, temblorosa, sentí que podría dormir durante una semana entera. Él se quitó el condón, hizo canasta en la papelera y me abrazó fuertemente.
Nos quedamos callados largo rato. Él fue el primero en romperlo con una pregunta que había tardado demasiado tiempo en hacerme.
-¿Por quién llorabas aquel día en el parque? ¿Quién es el cabrón que se atrevió a dejarte plantada?
Tardé un par de minutos en contestarle. Me preocupaba lo que pudiera pensar, pero no tenía miedo.
-Esperaba a uno de los chicos que me violaron. Estuve saliendo con él durante casi seis meses.
Vi la sorpresa en su rostro incluso en la penumbra. Los ojos se me llenaron de lágrimas de rabia y amargura.
-¿Por qué?-fue su sencilla respuesta.
-Porque, ya que nadie me quería, por lo menos estaría con alguien que me deseaba y que ya me había follado.

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